Editorial

Una Iglesia que no se cierre a la escucha fraterna

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Durante la homilía pronunciada por el Papa el pasado Jueves Santo durante la celebración de la Misa Crismal en la basílica de San Pedro, Benedicto XVI se refirió a los movimientos liderados por destacados sacerdotes que en Austria han pedido una profunda renovación de la Iglesia, llegando incluso a proponer la desobediencia a Roma, ante la tardanza en dar respuesta a sus peticiones.

Aprovechando esta celebración en la que los sacerdotes renuevan las promesas que hicieron el día de su ordenación, el Papa dijo: “Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio”.

Más adelante, el Pontífice se preguntaba: “Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien solo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”.

Hay malestar de diversos sectores en la Iglesia
que piden una mayor y más profunda
reforma en las instituciones eclesiales.

Era la respuesta clara que cerraba la propuesta a la desobediencia, pero no el problema que causó esta llamada: la tardanza en abordar los temas planteados desde hace años y que ya expusieron en un viaje del Papa a Viena. Es el malestar de diversos sectores en la Iglesia que piden una mayor y más profunda reforma en las instituciones eclesiales.

El Papa se refiere con estas palabras a la iniciativa de ruptura y de desobediencia, pero no entra de lleno en lo que piden, a excepción del tema de la ordenación de las mujeres.

Lo que no se puede negar, independientemente del tono de las propuestas, con las que se puede estar de acuerdo o no, es la realidad que en estos movimientos se expone. En sus análisis (no entramos en sus soluciones) se advierte un panorama que está en boca de todos: preocupaciones constantes en el presbiterio, en las comunidades parroquiales, en la vida interna de la misma Iglesia, en sus cuestiones disciplinares… Es una realidad que, a veces, se intenta ocultar, pero que bulle en el interior.

La Iglesia no puede ni debe hacer oídos sordos. Es Madre, aunque también sea Maestra. En la escucha fraterna se aprende, aunque también haya correcciones. Es el aprendizaje que nace del diálogo y del amor. En estas situaciones, es bueno el diálogo, no cerrarse por ninguna parte. El mismo cardenal de Viena ha puesto en marcha reformas que han surgido de un diálogo abierto.

No hay que tener miedo a aquellos cambios
que puedan ayudar a una mayor comunión
y que eviten un cisma cada vez más cercano
y que haría gran daño.

No hay que tener miedo a aquellos cambios que puedan ayudar a una mayor comunión y que eviten un cisma cada vez más cercano y que haría gran daño.

La Iglesia, que con el Vaticano II inició un camino de conversión y de frescura, no puede, por fidelidad al Evangelio, cerrar las posibilidades para la comunión.

En el nº 2.797 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de abril de 2012

 

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