Editorial

Seminaristas sin aditivos

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En estos días arranca en España la visita canónica encargada por el Papa a los seminarios y que llevarán a cabo dos obispos uruguayos con amplia experiencia en materia de formación y acompañamiento. Serán ellos los encargados de auditar las fortalezas y debilidades tanto de los centros diocesanos como de los pertenecientes al Camino Neocatecumenal y al Opus Dei.



A priori, se analizará la pertinencia y viabilidad de crear seminarios interdiocesanos como respuesta a la carestía vocacional que ha llevado a mantener estructuras insostenibles, no solo desde el punto de vista financiero, sino por la merma que supone en la calidad de la enseñanza y de la propia convivencia de los futuros sacerdotes.

Ya en 1989, Juan Pablo II dibujó el horizonte con la puesta en marcha del Seminario Interdiocesano de Cataluña. Vida Nueva ha constatado en primera persona que, lejos de borrar la identidad local de los formandos, se enriquece su madurez desde el contacto con la diversidad. Sin embargo, tres décadas después, apenas hay rastro de un proyecto similar, sino, más bien, de fusiones a medias y a marchas forzadas.

Además de esta reorganización numérica, en Roma preocupa la impronta de la preparación que están recibiendo los presbíteros del mañana y el correspondiente discernimiento. Aunque se aprecia el trabajo realizado por la Conferencia Episcopal para traducir a la realidad española la Ratio Fundamentalis emanada de  la Santa Sede, hay síntomas que hablan de una cierta aplicación laxa de esta hoja de ruta.

O lo que es lo mismo, apenas se notarían cambios en las aulas ni en el enfoque teológico ni en la difusión de la Doctrina Social, pero tampoco en ese plan de vida cotidiana que necesitaría un mayor contacto con las periferias, una mayor seguimiento en el ámbito afectivo o la misma presencia de mujeres docentes y asesoras.

Acunar o deconstruir

A la vista está que hay una nueva generación de sacerdotes entre los que se palpa cierta querencia nostálgica preconciliar en lo litúrgico, que no sería problema alguno si fuera reflejo de una belleza ascética. Sin embargo, en no pocos casos vislumbra una rigidez clerical ideologizada, que concentra su ser y hacer como ministro sacramental, orillando su vocación y misión como cura que pastorea a una comunidad de creyentes a la que acompaña y por la que es acompañado. Se venga o no con estos dejes de casa, en los seminarios se puede acunar o deconstruir.

Estas intuiciones que pululan en el ambiente corresponde ahora a los auditores vaticanos corroborarlas, desmentirlas o acotarlas. No con el ánimo de promover sacerdotes al estilo del Papa del momento, sino presbíteros que se identifiquen sin aditivos ni colorantes con Jesús, Buen Pastor.

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