Editorial

Reconectar con la sociedad

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Francisco César García Magán es el nuevo secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para los próximos cinco años. El obispo auxiliar de Toledo ha sido elegido en primera ronda, un ejercicio de consenso al apostar por el encargado de pilotar, en el día a día, la gestión interna de la Casa de la Iglesia.



Ninguna de estas responsabilidades es baladí, teniendo en cuenta el convulso contexto sociopolítico, con unas elecciones a la vuelta de la esquina que acrecentarán los envites gubernamentales con cuestiones espinosas como los abusos, la reforma de la fiscalidad, la resignificación del Valle de los Caídos, el ariete de los Acuerdos Iglesia-Estado…

El papel del secretario general se torna fundamental pues forma tándem con el presidente del Episcopado para aterrizar las reformas papales con la sinodalidad como eje, materializar las líneas generales de acción de la Asamblea Plenaria con destino a las diócesis y ejercer de negociador propositivo con Moncloa, zancadillas aparte. Todas estas tareas ejecutivas, que requieren de un perfil técnico que el nuevo secretario parece cumplir de base, no pueden despistar del horizonte que el propio García Magán apuntaba en su primera comparecencia pública: ser Buena Nueva para los hombres y mujeres de hoy.

secretario general de la Conferencia Episcopal Española

Este fue, precisamente, el eje del discurso de apertura del cardenal Juan José Omella, que ofreció una guía práctica de propuestas para salir al rescate de una ciudadanía asfixiada para llegar a fin de mes. En la medida en la que el Episcopado sepa responder, no a la agenda que marcan los políticos, sino al ritmo de los acontecimientos y las preocupaciones de la ciudadanía, estará reconectando con la sociedad, haciéndose el encontradizo como Jesús con cada una de los hombres y mujeres con los que quiso tropezarse en su camino hacia la cruz.

Voz profética

Ahí, el secretario general está llamado a ser voz profética, no solo para anticiparse a las bofetadas que puedan venir de uno u otro lado, sino, principalmente, para abrazar los desvelos del rebaño que le es encomendado, sin perderse en debates abstractos.

Si la Iglesia quiere hacerse presente en medio de la sociedad, no tiene otra que escuchar con denuedo los signos de los tiempos, huyendo de actitudes reaccionarias, desde una realidad imaginaria paralela. Al secretario general y a los obispos, pero también a los sacerdotes, a los consagrados y a los laicos les compete, cada uno desde su campo de acción, embarrarse sin temor a los agoreros píos de la claudicación y la tibieza, y desde el convencimiento de que Dios se hace fraternidad. Con esa diplomacia efectiva y de calle que García Magán lleva de serie.

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