Francisco César García Magán, un secretario “ni carca ni progre” para la Conferencia Episcopal Española

secretario general de la Conferencia Episcopal Española

“¡Cuántas cámaras! Estoy un poco intimidado”. Mira a un lado y a otro a petición de quien se oculta tras el flash. Sin que se le escape una sonrisa que se adivina de alegría, pero con una pizca de nerviosismo, inevitable cuando se sabe centro de los focos. No en vano, apenas ha pasado una hora desde que los obispos le eligieran secretario general de la Conferencia Episcopal Española para los próximos cinco años.



Una única votación relámpago, en la mañana del 23 de noviembre, que superó con mayoría absoluta, frente a los otros dos candidatos de la terna que había sido aprobada la tarde anterior por la Comisión Permanente: el auxiliar de Valencia, Arturo Ros, y el vicesecretario para Asuntos Económicos, Fernando Giménez Barriocanal.  En total, 40 sufragios para García Magán, 14 para Barriocanal, 12 para Ros y 5 en blanco. Y siete obispos que no votaron. Por añadidura, a posteriori, el aval de Roma, que –según ha confirmado Vida Nueva– ve en el nuevo secretario “una apuesta segura por su capacidad de trabajo y su diplomacia efectiva y afectiva”.

“Me presento antes ustedes con la sorpresa y la novedad de este nuevo servicio que me han encomendado los obispos”, exponía Francisco César García Magán ya sentado frente al micrófono institucional, en una primera comparecencia pública que también translucía la frescura y naturalidad del novato, que no principiante, pues atesora experiencia como tertuliano radiofónico.

Sin meterse en camisas de once varas por voluntad propia ni ante las preguntas del respetable, el obispo auxiliar de Toledo fue desvelando en primera persona quién es ese diplomático desconocido que, a partir de ahora, coordinará el engranaje cotidiano de la Casa de la Iglesia y tendrá que ejercer de mediador con la administración y con la propia sociedad. Eso sí, con un preámbulo de autocrítica y humildad que le llevó a pedir perdón “por las muchas veces que me voy a equivocar”. “Infalible solo es Dios y el Papa algunas veces…”, apostilló con su buen humor de serie.

Mezcla de genes

“A los 60 años hay que tomarse la vida en serio”, bromeaba García Magán después de recordar sus orígenes madrileños, con sangre materna toledana y padre de Sevilla: “Es una buena mezcla de genes”, aseveraba sobre una autobiografía informal que le llevó a detenerse en su primera parroquia de periferias como cura antes de que le enviaran a estudiar a Roma. “Fui para cuatro años y, al final, pasé fuera de España dieciséis”, repasó sobre una formación que le llevó a licenciarse en Teología Dogmática por la Gregoriana y a licenciarse y doctorarse en Derecho Canónico por la Lateranense, en paralelo a sus estudios en la Pontificia Academia Eclesiástica.

Aquello era la antesala de su ‘fichaje’ como oficial de la Secretaría de Estado. “He sido diplomático, bueno o malo no lo sé. Viví cinco inolvidables años en América Latina: Nicaragua estaba mejor que ahora y Colombia está hoy mejor que antes”. También pasó por Francia y Serbia. Nunca llegó a ser nuncio porque optó por volver a casa y acompañar a su madre en su etapa final. En la archidiócesis primada, el cardenal Cañizares le confió responsabilidades que redoblarían tanto Braulio Rodríguez como Francisco Cerro, hasta que, en noviembre de 2021, Francisco le nombró obispo auxiliar.

Amigo de Albares

“Que no se te suba mucho la mitra a la cabeza”, le aconsejó un amigo que le acompañó en su ordenación en la catedral, una celebración en la que también estaba el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. Y no por compromiso, sino por una amistad estrecha que bien podría ayudar a rebajar tensiones puntuales susceptibles de arreciar en los próximos meses, cuando el Gobierno eche mano de la pederastia, la fiscalidad y los Acuerdos Iglesia-Estado con la mirada puesta en el maratón electoral que se avecina.

“No se empieza desde cero. Es un proceso que está en marcha con buenos resultados. Hay diálogos abiertos en materia social y económica. Puede ser intensificable y mejorable, y la Iglesia con mucho gusto colaboraría”, planteó sobre lo que ha de venir. Eso sí, “como marcan los estatutos de esta casa –aclaró–, el interlocutor máximo es el presidente… el secretario ayuda”.

Lo cierto es que Paco César –como le llaman quienes le tratan de tú a tú– es un desconocido más allá de la A-42, incluso para quienes tenían que decidir si le votaban o no. “¿Es progre o carca?”, se cuestionaban. Y Vida Nueva le pasó la bola en su estreno. “Yo no me pongo etiquetas”, salió de primeras para darle la vuelta al tercer grado: “El Evangelio, ¿qué es, conservador o progresista?”.

“Si cogemos la Doctrina Social de la Iglesia, hay propuestas que ni el partido más radical de izquierdas se atrevería a asumir”, explicó apuntando a temas como la acogida de migrantes o los relacionados con el mundo laboral. Por otro lado, también cuestionó si por el hecho de que “se defienda la vida y se apueste por la familia se es más conservador”. Y, para rematar la duda, suscribió que la Iglesia “no discrimina a nadie por razón de edad, de sexo, de ideologías ni de opciones”. “¿Eso es progresista? Cabe dentro del Evangelio”, rubricó.

“Es un cura clásico, alejado de cualquier extremo, que sabe lo que es empaparse de los signos de los tiempos”, cuenta alguien ‘por lo bajini’ que le conoce de largo recorrido y que se remite a un episodio en el que el Magán canonista, sin candados, fue capaz de confrontar cara a cara, con argumentos y sin acritud, al emérito de los eméritos cuando otros todavía no se atreven ni a toser de lejos.

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