Editorial

Puesta a punto olímpica

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Tokio acoge, desde el próximo 23 de julio, los que se convertirán, sin lugar a dudas, en los Juegos Olímpicos más insólitos de la era moderna de todos los celebrados hasta la fecha. La pandemia ya obligó a aplazar un año la convocatoria y, ahora, las limitaciones ante una nueva oleada de contagios impiden que el público pueda participar de forma presencial del evento deportivo más relevante del planeta.



Se trata, además, de una edición especial, en tanto que al tradicional lema olímpico (‘Citius, altius, fortius’), se le suma un término a modo de apéndice propuesto por la Santa Sede: ‘Communiter’. Con esta expresión latina, que lleva implícito el concepto de comunidad global, de alguna manera, esta cita queda encumbrada como los primeros juegos ‘Fratelli Tutti’, una llamada más que oportuna a la fraternidad universal entre culturas, países y, sobre todo, entre mujeres y hombres, que promueve el papa Francisco en su encíclica social.

El deporte es, sin duda alguna, una herramienta fundamental para conformar valores tan básicos y apremiantes como la superación personal, la cultura del esfuerzo, el trabajo en equipo o configurar una vida saludable en el sentido más pleno del término.

Así lo ponía de manifiesto el Papa a colación de la celebración de la Eurocopa y la Copa América, al ponerse en el lugar de los campeones, pero, sobre todo, en el de quienes acariciaron la victoria y, solo aparentemente, se quedaron sin nada: “Solo así, ante las dificultades de la vida, se puede poner siempre en juego, luchando sin rendirse, con esperanza y confianza”.

Antorcha olímpica

Herramienta evangelizadora

Además, el deporte es una herramienta evangelizadora, en tanto que punto de encuentro de las inquietudes de niños y jóvenes que permiten conectar con su yo más profundo, y ahondar en el sentido de su vida y de su vocación. De ahí, la bienvenida a la propuesta de la Conferencia Episcopal Española para desarrollar un área de pastoral deportiva, que en estos primeros pasos estará en manos del hoy sacerdote y en Londres 2012 olímpico de hockey hierba, José Carlos Ballbé.

Que san Pablo echara mano de las carreras de los atletas para explicar a los filipeneses su particular camino de perfección hacia el encuentro con Cristo Jesús, dice mucho de cómo el deporte entronca no solo con el ser y hacer de aquellos primeros creyentes.

Con la vista puesta en la cita de Tokio, no está de más que la comunidad cristiana se retroalimente de ese espíritu olímpico con la mirada del de Tarso para alcanzar las metas que tiene por delante hacia una conversión sinodal y en salida, con una puesta a punto integral, recuperándose de lesiones estructurales que arrastra de lejos. En definitiva, es tiempo de promover una ‘Ecclesia sana in corpore sano’.

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