Editorial

La vida religiosa, llamada a liderar

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“Se está yendo lento, pero se está caminando”. La nueva presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), Jolanta Kafka, reflexiona así en Vida Nueva sobre la inclusión de la mujer en puestos de decisión de la Iglesia. Con dosis de realismo, prudencia y esperanza, la máxima responsable de las misioneras claretianas aborda un asunto espinoso. Y es que cuesta comprender que todavía hoy no solo no se piense en las religiosas para puestos de responsabilidad, sino que ni tan siquiera gocen de una participación digna.



Los institutos que forman parte de la UISG aglutinan a 450.000 religiosas, que superan el número de sacerdotes en todo el planeta. No ha de extrañar que cuando estos datos salen de los círculos eclesiales, la opinión pública tache de escándalo las diferencias existentes. Pero más allá de las cifras, en lo cualitativo, hasta anteayer las religiosas con discurso propio eran cuestionadas por la Santa Sede y algunos Episcopados. Quizá, porque ellos temían, y todavía temen, que el genio femenino les deje en evidencia, los mismos que ven anecdótico que solo las mujeres permanecieran al pie de la cruz y fueran las primeras en ver al Resucitado. Hoy, como ayer, siguen sin creerlas.

Vaya por delante que las religiosas nunca han buscado protagonismo ni sillón de mando alguno, por la humildad y sentido comunitario que impregna su vocación. Esta discreción y entrega incansable ha sido confundida como servidumbre, sumisión, provocando episodios de abuso y discriminación intolerables. Lastres que hacen que las consagradas se queden fuera del lugar que les corresponde. Ojalá el problema fuera únicamente de cuotas y se maquillara con un nombramiento curial o la cesión de un voto sinodal.

Para dar un vuelco a esta situación, urge una conversión personal y pastoral por parte de todos los hombres de Iglesia, desde el sucesor de Pedro a un vicario parroquial. Pero también las propias religiosas deben dar un paso al frente para romper un techo de cristal impuesto por tradición. Junto a su servicio en lo oculto, deben promover la formación para asumir un liderazgo público en materia pastoral, teológica y canónica. La Iglesia y la sociedad necesitan hoy más que nunca a estas mujeres proféticas empoderadas, contemplativas en la acción, que desde la fidelidad creativa caminen junto y detrás de los últimos, pero también delante.

Poco o nada fructífera será la comunidad cristiana sin una conciencia firme de que la Iglesia, o es mujer, o no es Iglesia. Cuesta reconocer a la Iglesia como madre si su voz y su rostro femenino permanecen en la sombra, atrapada en una estructura donde ellas, como ocurrió a orillas del Tiberíades, siguen sin contar.

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