Editorial

Implicarse por la paz

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Cuando Francisco ha alertado de forma reiterada que la humanidad se enfrenta a una guerra mundial por fascículos, no lo hacía desde una mera intuición apocalíptica. Lamentablemente, Ucrania se ha convertido en el polvorín y epicentro de este conflicto global, después de que el presidente ruso, Vladímir Putin, invadiera el país con el pretexto de “desmilitarizar y desnazificar”. Un conflicto latente desde hace prácticamente una década que ahora amenaza con contagiarlo todo.



Como expone el Papa, cualquier guerra es una “locura” en sí misma, máxime cuando se trata solo de aniquilar un país sin más para apoderarse de él. La ofensiva rusa no solo busca amedrentar y acabar con el pueblo ucraniano, sino dinamitar los pilares de la civilización occidental, ya que ataca directamente a los valores en los que se asienta el Estado de Derecho. En lo cotidiano, se traduce en la masacre que están sufriendo los ucranianos, no solo a través de los centenares de fallecidos, sino por los miles de exiliados que huyen de su patria.

Evitar una confrontación

Ante la barbarie rusa, resulta complicado contenerse y no responder con la misma moneda a una provocación letal. Sin embargo, la comunidad internacional ha optado por agotar todos los cartuchos diplomáticos y medidas económicas de presión que están en su mano para evitar una confrontación que pondría en juego la estabilidad del planeta.

Frente al órdago mortífero del neoimperialismo soviético, la unidad nunca vista hasta la fecha entre la Unión Europea y Estados Unidos habla de la fortaleza de las democracias, aunque aparentemente parezca tener las de ganar quien opta por arrasar cuanto se encuentra a su paso, cuando en una guerra nadie gana.

La invasión de Ucrania es una invasión a los derechos y libertades fundamentales, a la dignidad de todos. Por eso, nadie puede permanecer indiferente o impasible. Es tiempo de comprometerse en defensa de la paz, desde la oración, la palabra y la acción. Rezando por y con el pueblo ucraniano. Clamando por el alto el fuego y los corredores humanitarios. Desde la acogida a los refugiados y el envío de donativos y ayuda humanitaria.

Pero también con una movilización real, afectiva y efectiva. Al estilo Bergoglio, que a su plegaria personal y colectiva y a la contribución de la diplomacia vaticana, sumó su implicación personal presentándose en la Embajada rusa ante la Santa Sede para reclamar el cese de la violencia, en una reacción inédita en la historia vaticana. Ojalá el aplauso a esta reacción papal sea un revulsivo para que cada cristiano tome nota y siga el ejemplo de su pastor. Porque la paz se juega, hoy más que nunca, en el compromiso que adquiera con ella cada uno.

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