Editorial

Francisco en Myanmar y Bangladesh: un renacer para los rohingyas

Compartir

La tercera gira asiática de Francisco por Myanmar y Bangladesh se presentaba como un bache complicado de sortear, en tanto que cualquier gesto sacada de contexto –bastaba con pronunciar el término ‘rohingya’– podría dar al traste con cualquier intento de buscar salidas al genocidio que sufre esta minoría étnica musulmana. Sin embargo, el Papa supo reconducir esa efervescencia con mano izquierda pero sin ingenuidad ante las autoridades birmanas.

Así, si en Myanmar se pudo ver al Pontífice más diplomático defendiendo la pluralidad religiosa, en Bangladesh abordó la cuestión como pastor, en un cara a cara con 16 de los más de 600.000 refugiados rohingyas. Allí emergió el Bergoglio párroco, poniendo en el centro a la persona.

papa Francisco viaje Bangladesh encuentro con rohingya 1 diciembre 2017

Por ello, mostró su enfado porque la cita con ellos se había reducido a un mero saludo, cuando él quería encontrarse, dialogar y abrazar a cada uno. Se dio entonces el clímax del viaje, en el que el Papa pronunció la palabra prohibida para darle un sentido pleno, alejado de toda connotación política o ideológica: “La presencia de Dios hoy se llama rohingya”.

Y desde la misericordia divina que abraza la humanidad y hace brotar lágrimas de consuelo, ese término tabú no generó ampolla alguna, sino que llevó un mensaje directo de reconciliación a quienes tienen en sus manos la solución, pero también a la comunidad internacional que pasa de puntillas ante un avispero olvidado.



En estos días, hay quien se ha preguntado por qué un Papa católico se ha erigido en abogado de un grupo musulmán. La respuesta nace del don samaritano de Francisco para descubrir en el que sufre al rostro de Jesús sin atenteder a su carné de de pertenencia, una premisa que se traduce en compromiso directo con la dignidad del vulnerable.

Además, sacar la cara por los rohingya implica reivindicar el derecho a la libertad religiosa frente al fundamentalismo del odio y la violencia. Bien lo sabe la Iglesia en Myanmar, que durante la dictadura vio expropiados sus bienes y su misión y que todavía hoy continíua bajo el punto de mira. De ahí que el Papa haya felicitado por su valentía a los católicos birmanos y bengalíes, que suponen una anécdota porcentual entre los budistas y musulmanes de ambos países.

El tiempo dirá si el Papa y la Santa Sede se revelan como mediadores en este conflicto, pero hoy por hoy han jugado un papel previo: allanar caminos en medio del desierto, ser esperanza contra todo pronóstico y promover un Adviento entre los rohingyas, en los católicos y en los pueblos de Myanmar y de Bangladesh. A buen seguro, este viaje abrirá una nueva etapa. Algo nuevo nacerá.


Lea más: