Editorial

Contundencia episcopal ante la crisis

Compartir

La Comisión de Pastoral invita en un mensaje a ver la realidad desde los que sufren la situación económica

San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres. Murillo (1646).

S. Diego de Alcalá dando de comer a los pobres. Murillo (1646).

EDITORIAL VIDA NUEVA | Es cierto que, desde que comenzó la crisis económica en nuestro país, la Conferencia Episcopal Española (CEE) no se ha mostrado especialmente ágil a la hora de manifestarse ante las consecuencias de esta y el descarte que está produciendo.

Se han publicado notas, aunque no lo suficientemente contundentes para la situación de emergencia que viven tantas personas y que tantas veces ha denunciado Cáritas. Sea por la influencia del papa Francisco o por la renovación de la CEE, con Ricardo Blázquez y José María Gil Tamayo a la cabeza, lo cierto es que esa crítica ya no se puede mantener.

Juan José Omella.

Obispo Juan José Omella.

Esta nueva percepción viene confirmada fundamentalmente por el mensaje que la Comisión Episcopal de Pastoral –presidida por el obispo de La Calzada-Logroño, Juan José Omella– acaba de publicar con motivo del Día de la Caridad. Un mensaje que es una mirada a la realidad y una llamada al compromiso personal con los más pobres.

En un momento en el que los datos macroeconómicos del país van mejorando, a los que se agarra el Gobierno para decir que sus medidas han dado resultado y que estamos ya en un período de recuperación económica, los obispos piden con valentía que se mire y valore la realidad desde los que viven “asfixiados por la crisis”.

Porque, como apuntan, se puede mirar la realidad desde los bancos, desde la prima de riesgo, desde los mercados y las exportaciones y, probablemente, la percepción sea positiva. Pero si nos acercamos a la realidad desde los parados, los desahuciados, los que cobran rentas mínimas o los que sufren los recortes sociales, la cosa cambia.

El mensaje es claro para todos, pero, sobre todo, para aquellos que solo ven cifras sin apreciar el sufrimiento de las personas, porque es una realidad, como que hay cosas que mejoran, que las personas que no sufren ningún tipo de exclusión social son minoría, que la fractura social ha aumentado, que las clases medias se han reducido camino de la exclusión y que ha aumentado la desigualdad y la pobreza infantil.

Es una obligación de los poderes públicos no dejar de poner la vista sobre los que más sufren, pues son los que más cuidados deberían recibir. La Iglesia lo tiene claro y lo ha vuelto a manifestar.

Pero no se trata de una responsabilidad exclusiva de gobiernos y administraciones públicas, también lo es de la sociedad, de cada persona. Los obispos, en este sentido, nos llaman a ser instrumentos de liberación y promoción, es decir, a construir espacios que sean germen de un futuro distinto y generen esperanza. No podrán cambiar el mundo de un día para otro, pero hay gestos sencillos de solidaridad que pueden ayudar a que sea más habitable: cambiar los hábitos de consumo, pensar en términos de comunidad, contribuir a una economía al servicio del ser humano y apostar por los débiles.

Es el buen camino, aunque estrecho y angosto, el que han elegido los obispos. Es el camino de los pobres, a través del que se defiende la función social de la propiedad; el destino universal de los bienes; los derechos de los pobres aunque los más favorecidos tengan que renunciar a algunos de los suyos; y la “prioridad a la vida de todos sobre la apropiación indebida de los bienes por parte de algunos”

En el nº 2.897 de Vida Nueva
 

INFORMACIÓN RELACIONADA: