Editorial

Compromiso infinito con los ‘indignos’

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El Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha publicado la declaración ‘Dignitas infinita’, un documento que viene a ‘remasterizar’ las “violaciones graves” que atentan contra la dignidad humana en el contexto actual. El texto, firmado por el cardenal prefecto Víctor Manuel Fernández, y que ha estado supervisado por el papa Francisco, es fruto de cinco años de trabajo.



Además de reiterar el ya conocido rechazo de la Iglesia católica a prácticas como el aborto o la eutanasia, y de adentrarse en las espinosas cuestiones de la maternidad subrogada, la teoría de género y las operaciones de cambio de sexo, se hace especial énfasis en aquellas otras vulneraciones de los derechos humanos que tienen una evidente implicación social. O lo que es lo mismo, el Vaticano quiere visibilizar de una forma explícita que su defensa de la vida también supone la defensa de todas las vidas.

La declaración aterriza en amenazas como la guerra o la pobreza extrema, pero también incluye los feminicidios, la explotación laboral, la estigmatización del migrante, la trata, el descarte de las personas con discapacidad… Una a una, ‘Dignitas infinita’ ejerce de altavoz de denuncia por “el respeto de la dignidad de todos y de cada uno”, como “la base indispensable para la existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y no en la fuerza del poder”.

De esta manera, el papa Francisco, como viene reiterando a lo largo de su pontificado, vuelve a situar la Doctrina Social en el epicentro del magisterio eclesial, y no como un anexo prescindible contaminado de vaivenes ideologizadores del hecho religioso. Así, el documento pone en valor cómo la encíclica Fratelli tutti “constituye ya una especie de Carta Magna de las tareas actuales para salvaguardar y promover la dignidad humana”.

Manual de corresponsabilidad

A través de todas estas herramientas, se le ofrece al cristiano un manual de corresponsabilidad con aquellos con los que comparte ciudadanía, para que no olviden que la fe ni mucho menos se limita al cumplimiento de unos preceptos personales o de un crecimiento espiritual individual. Ser católico es ser comunidad, es ser fraternidad universal. De ahí que posicionarse ante los ataques a la dignidad humana conlleve una implicación directa del creyente con los descartados, una llamada a saberse cómplice con los gestos, palabras y acciones del destino tanto de la mujer maltratada, que sufre silenciada al otro lado del tabique, como del bebé desnutrido a punto de morir en Etiopía. Si se acepta que la dignidad humana es infinita, no puede ser menor el compromiso real de la Iglesia y de quienes se saben discípulos misioneros de Jesús con los ‘indignos’ de derechos hoy.

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