Cuando lo espiritual y lo social van de la mano

En las periferias del sur de la Ciudad de Buenos Aires se asienta la Villa 21, un barrio humilde de casas precarias y calles de tierra, en donde abundan problemas por la falta de trabajo, la escasez de servicios públicos y la ausencia del Estado. A pesar de tantas dificultades, la religiosidad popular en torno a la Virgen de Caacupé crece y la fe no deja de motorizar la vida y la fe de la gente.
ROXANA ALFIERI – NICOLÁS MIRABET
“Yo soy de la 21”. Con decisión y sin vueltas, un adolescente pronuncia esta frase. Y es una frase que llama la atención, no tanto por el contenido, sino más bien por la actitud. Es que vivir en la villa genera apego por el barrio. Y eso no es una excepción en la Villa 21, un barrio de viviendas precarias, con grandes carencias de infraestructura, asentado en el barrio de Barracas –al sur de la Ciudad de Buenos Aires–, donde la gente sale a trabajar y, a pesar de las vicisitudes propias de vivir con menos de lo justo, celebra la vida y la fe.

Allí se encuentra la parroquia Nuestra Señora de Caacupé que, junto con la vecina parroquia Virgen de Luján –en la Villa Zabaleta, en el vecino barrio porteño de Pompeya–, entre tres sacerdotes atienden una población de unas 70 mil personas distribuidas en unas 60 hectáreas, entre los dos barrios.

“Después de la crisis socioeconómica de 2001 el barrio empezó a tener un crecimiento muy grande”. Esto lo asegura Lorenzo “Toto” De Vedia, el párroco de Nuestra Señora de Caacupé quien, junto con los sacerdotes Carlos “Charly” Olivero y Gastón Colombres, anima la vida pastoral y social de la gente de estos sencillos barrios porteños.

“En la villa 21 –describe De Vedia–, el 75 por ciento de los habitantes son hijos o nietos de paraguayos”. Y acota: “La jurisdicción de la parroquia de Caacupé es toda la Villa 21 y parte de la Villa Zabaleta. La otra parte, corresponde a la parroquia de Luján, con la que desde hace doce años trabajamos en conjunto”.

Frente a este panorama, el trabajo de estos sacerdotes es arduo e intenso. Por ejemplo, “Charly tiene una responsabilidad muy grande en el Hogar de Cristo” –programa de inclusión y acompañamiento integral de consumidores de sustancias–, por eso, en la práctica, son solo dos sacerdotes los que atienden a las dos parroquias.

Fe y vida

“La vida en la villa es muy intensa, no hay dos días iguales”, dispara De Vedia, que acaba de cumplir 25 años de sacerdote. Es que la parroquia Nuestra Señora de Caacupé cumple 40 años y el gran impulso pastoral ocurrió cuando el párroco anterior, José María “Pepe” Di Paola, consiguió llevar al templo la réplica desde Paraguay de la Virgen de Caacupé. “Así se fue fortaleciendo la comunidad”, asegura el párroco actual.

Esta afirmación va más allá de la vida pastoral de la gente; se refiere también al día a día de los vecinos: “el mismo barrio se ocupa de los problemas del barrio. Esto se traduce en doce capillas, ocho comedores comunitarios, tres jardines de infantes, una escuela secundaria, una escuela de oficios, dos hogares para adultos mayores, un centro de día para abuelos, un hogar para adolescentes, un centro de recuperación de adicciones, una red de apoyo escolar, un hogar de día para chicos”, enumera. En resumen, en palabras del sacerdote, “la parroquia es como una intendencia del barrio: te vienen a ver por un difunto, por un chico que necesita una silla de ruedas, por un incendio de una casa… la problemática es muy variada”.

 

Esta parroquia, inmersa en medio de la cotidianidad del barrio, lleva adelante una tarea pastoral teñida por la problemática social. Para De Vedia, “en la vida de la parroquia, lo espiritual y lo social van de la mano. El trabajo pastoral y el trabajo social son dos caras de una misma moneda”.

Y para atender dos parroquias con todas las obras asociadas y los diversos frentes que aparecen en la cotidianidad del barrio, el sacerdote se manifiesta contento por contar con una “comunidad organizada”. La clave es “formar equipos” y tener bien claro “a quién ponemos de referente”. Lo importante es “crear respuestas ante los desafíos que tenemos, pero desde adentro, no trayendo algo de afuera”.

De esta descripción, lo más difícil es elegir a los referentes que acompañan las actividades y los grupos. Sin embargo, para De Vedia, este proceso “es una dinámica que se va dando sola”. Y lo grafica así: “Al principio, la mayoría de las actividades que realizábamos en el barrio eran llevadas adelante por gente que venía al barrio a ayudar desde afuera. Hoy, son muchos los vecinos del barrio los que llevan adelante las actividades; tenemos mil chicos en diez sedes distintas, de los cuales ciento cincuenta jóvenes son los líderes positivos”.

Otro ejemplo: “Hoy, en el colegio secundario, que ya tiene siete años de vida, los preceptores [celador, tutor o encargado de curso] son jóvenes del barrio; en la escuela de oficios, de trece años de trayectoria, algunos de los profesores son gente del barrio; en el jardín de infantes, las maestras ya son chicas del barrio”.

Viendo este panorama, frente a esta complejidad de actividades y diversidad de tareas, se percibe como fundamental el trabajo de los sacerdotes con los laicos. Al respecto, De Vedia sostiene: “El trabajo cotidiano no es para nada clerical. Lo confirman las 12 capillas que tenemos, y las más de 10 ó 15 ermitas, porque cada comunidad trata tener la suya, que administran los laicos”.

 

Celebrar la fe

Más allá de compartir el trabajo cotidiano con los laicos, el gran motor que lleva adelante la tarea de De Vedia, Olivero y Colombres en la Villa 21 y en la Villa Zabaleta es la fe: “todo lo que hacemos no podríamos hacerlo sin la fe”, dice el párroco de Caacupé y miembro del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia de Buenos Aires.

“Hoy –ejemplifica– todos los vecinos se conocen entre sí; en cada sector de la villa, cuando hay un difunto, se reza la novena; hasta al más reo lo ves rezando todos los días. Al noveno día se hace una gran comilona”.

“La religiosidad popular es muy intensa, la trae en sus raíces”, explica De Vedia. Y recuerda: “la primera vez que vine a esta parroquia, me encomendaron el trabajo con los jóvenes. Fuimos de campamento y la primera noche hicimos una fogata con guitarreada. Cuando terminamos, mientras nos preparamos para dormir, un muchacho de unos 20 años se acercó y me pidió la bendición. Esto me marcó mucho. La costumbre es que en la casa, los hijos le piden la bendición a su mamá o a su abuela. Ellos no tiene vergüenza de hacer cualquier acto religioso y, en ese sentido, para nosotros es favorable porque te ubican como cura”.

Sin embargo, para la fiesta patronal de la parroquia, cada 8 de diciembre, el barrio se viste de fiesta, literalmente. “El día de la Virgen de Caacupé es una fiesta impresionante porque la gente revive en las fiestas religiosas populares la fe de su pueblo, de su historia”, asegura convencido.

“Las celebraciones –continúa describiendo la tradición– empiezan el día 7 con la serenata de la Virgen. El día 8 hacemos la misa en guaraní; luego largamos la caravana con la imagen de la Virgen que se trajo hace 20 años y que recorre todos los sectores del barrio. Todo es ofrenda a la Virgen y a los peregrinos; viene gente de todos lados a visitar la parroquia, se hacen festivales, por la noche se hace otra misa donde se confirman cientos de jóvenes y adultos”.

“A la gente humilde le puede faltar dinero, puede no tener qué comer, pero siempre que haya motivo de festejo, hace fiesta. Las fiestas son algo muy propio de la villa”, describe De Vedia.

Transitando el fin de año y con su tradicional liturgia, “la Navidad en la villa se festeja, pero prima mucho más la reunión familiar, a diferencia de la fiesta patronal que es fuertemente comunitaria”, explica.

Es que el sentido de pertenencia del habitante de la villa al barrio es muy grande: “La villa es como una gran familia. Cuando yo trabajaba en las parroquias fuera de la villa, organizaba para Nochebuena cenas para gente sola; la mesa se llenaba; si hoy organizo lo mismo en la villa no viene nadie porque me ganó de mano el vecino. Esto es propio de la villa, algo que en la ciudad no se ve”, compara.

 

Sacerdote en la villa

Frente al gran universo de barrios humildes, la cantidad de sacerdotes que viven en las parroquias allí insertas son pocos. Sin embargo, según el testimonio de De Vedia, la vocación sacerdotal llevada adelante en la villa “es una riqueza muy grande”. Y profundiza su afirmación: “La dimensión del sacerdote es ser padre, hermano, amigo, compañero, ser instrumento de Dios y ser parte del pueblo de Dios. Frente a tantos vínculos con la gente, uno vive cada aspecto del sacerdocio con mucha intensidad. Tenés que enseñar, bendecir, compartir, ser padre, entonces todas estas diversidades de encuentro con la gente y de oración, se viven de un modo tan intenso que le da plenitud al sacerdocio”, resume este presbítero. Y confiesa: “en la villa, nosotros los sacerdotes somos muy cuidados por la misma gente. Esto fue algo que los curas villeros conseguimos, por todo el camino recorrido: hoy, nuestros nombre es algo que tenemos que aprovechar para nuestro trabajo cotidiano. En la villa, el 60 por ciento de la población tiene menos de 25 años, por eso nuestro trabajo es mayormente con jóvenes pobres. Y en el trabajo diario con jóvenes y con pobres siempre volvés a empezar”.

Así de simple es la vida en la Villa 21, un barrio que, a pesar de las problemáticas sociales y económicas, siempre recibe y acoge. Así de compleja es la vida en la Villa 21, un barrio que, más allá de la pobreza, valora y festeja la vida y la fe.

 



Violencia

Para Lorenzo “Toto” De Vedia, la problemática más grande que percibe diariamente en su trabajo como sacerdote es la violencia. Esto suele ser fruto del consumo de drogas y por la profunda exclusión en la que viven muchas familias. Además, en una población altamente joven, la dificultad más grande que padece esta franja etaria tiene que ver con “la falta de orientación en sus vidas y la falta de oportunidades para armar un proyecto de vida”.

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