José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Todo pasa por algo


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SÁBADO

Boda de Marina y Curro. La complicidad hecha matrimonio. Basta verlos sentados al pie del altar. Miradas cruzadas que delatan que son uno. Manos entrelazadas, casi ya fusionadas. Amor que se ensancha. Porque sus manos también se extienden a sus padres a lo largo de la celebración hasta hacer una cadena. Y más allá. “No os casáis para ser felices vosotros, sino para hacer más feliz a este mundo, para ser fermento de esperanza”, les encarga el sacerdote. Ellos recogen el guante.



DOMINGO

Catedral de Sevilla. Su tumba tiene flores. Unas cuantas. A Don Carlos no se le olvida. Ni mucho menos. Ahora es intercesor. Seguro que concede favores. Lo hizo en vida. Unos cuantos. Aquí y en Roma. Es lo que tiene encomendarse a un Amigo.

LUNES

Misa mañanera. Por sus homilías les conoceréis. A los sacerdotes que citan más al demonio en sus homilías que a Jesús de Nazaret. A curas que están aferrados al Antiguo Testamento y pasan de puntillas por el Evangelio. A presbíteros para los que todo es susceptible de pecado a condenar y nada de misericordia. Eso del ‘todo incluido’ en la salvación no va con las realidades eclesiales que buscan amedrentar conciencias.

MARTES

Nos empecinamos en alguien hasta el punto de la ceguera. De justificar lo injustificable. De no querer ver las certezas. Me da igual que lo llamemos enamoramiento o situar a alguien en un altar de perfección. El problema es el día que desaparece el velo y se desmorona el mito creado. Culpa del que yerra. Pero corresponsable el que ha barnizado al otro de idealización inhumana, por el chasco que le genera. “He confiado hasta que la evidencia era aplastante”, admitía Tamara Falcó, que estos días ha copado titulares, hashtag y conversaciones varias tras la infidelidad mediática de su ya exprometido. Le queda un consuelo: “Soy muy creyente, y creo que todo pasa por algo”. No es errada la moraleja.

MIÉRCOLES

Malo los que se van, pero peor los que se quedan. Dicho castellano que mira a Nicaragua. Temor y temblor de las comunidades religiosas. Los misioneros, porque temen la expulsión inmediata o cuando toque la no renovación de los visados. Los nativos, porque saben que están en el punto de mira de Daniel Ortega como nunca antes. Solo la diplomacia puede evitar males mayores.

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