¿Tienen razón los profetas de desgracias?


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El día 5 de septiembre, fecha oficiosa del comienzo del nuevo curso, el presidente Sánchez se reunió en el palacio de La Moncloa con un grupo de ciudadanos convenientemente escogidos. Durante el acto, el presidente habló de los “profetas de la catástrofe”, en clara referencia a aquellos que auguran un invierno difícil y con poca esperanza de que la situación mejore.



A primera vista, se podría pensar que Sánchez está citando a Juan XXIII, que hablaba de los profetas de desgracias que únicamente se fijaban en los aspectos negativos del mundo. Sea así o no, lo cierto es que la idea procede de la Biblia, donde la actuación profética suele estar marcada por fórmulas o expresiones amenazantes y con anuncios de desgracias más o menos inminentes.

Sin embargo, hay que darse cuenta de que los profetas, si proclaman amenazas y juicios severos, es porque, en el fondo –y aunque a primera vista no lo parezca–, conservan la esperanza de que la situación cambie. Precisamente, la dureza de sus anuncios pretende hacer que las conductas cambien.

Profetas de paz

No obstante, el problema no es que haya “profetas de desgracias”, sino que las desgracias que se anuncian no respondan a la realidad. Un ejemplo ‘a contrario’ lo tenemos en el profeta Miqueas: “Esto dice el Señor contra los profetas que extravían a mi pueblo: ‘¿Tienen algo entre los dientes?, gritan paz; a quienes no les ponen algo en la boca les declaran la guerra’” (Miq 3,5).

Miqueas denuncia a los “profetas de paz”, es decir, aquellos profetas que anuncian paz solo cuando se les paga; si no se les paga, entonces anuncian calamidades. Esto es ser un falso profeta.

Pedro Sánchez

Otro ejemplo de falsa profecía es la que se encuentra en el libro de Jeremías. En el cap. 28, Jeremías se enfrenta a un profeta llamado Jananías, que anuncia el final de la amenaza babilónica. La “profecía de paz” de Jananías se encuentra con las palabras de Jeremías: “Los profetas que nos precedieron a ti y a mí, desde tiempos antiguos, profetizaron a países numerosos y a reyes poderosos guerras, calamidades y pestes. Si un profeta profetizaba prosperidad, solo era reconocido como profeta auténtico enviado por el Señor cuando se cumplía su palabra” (Jr 28,8-9).

Así pues, lo importante no es anunciar desgracias o situaciones agradables, sino que esas “profecías” se ajusten a la realidad, no a nuestros deseos.