Quince años de Bojayá


Compartir

El pasado 2 de mayo se cumplieron quince años de los sucesos de Bojayá, población a orillas del río Atrato en la selva chocoana, adonde solo se llega en canoa y donde todo falta. Excepto la pobreza y las lágrimas, que esas sí sobran. Como también las ganas de perdonar que han demostrado las víctimas de tales sucesos y son ejemplo de cómo se puede construir un proceso de paz en Colombia.

Ese día, el 2 de mayo de 2002, los habitantes de Bojayá se habían refugiado en la capilla de San Pablo Apóstol, en la cabecera municipal, para protegerse del fuego cruzado entre la guerrilla de las FARC y las autodefensas que combatían entre ellas por el poder territorial. El hecho es que ese día –¿o era de noche?–, en medio de un torrencial aguacero, por el techo de la capilla entró un cilindro de gas cargado de dinamita y de metralla que truncó la vida de 79 civiles indefensos, niños y niñas en su mayoría. Y no solamente acabó con sus vidas el cilindro disparado por guerrilleros de las FARC, sino que destruyó a sus familias y acabó con la vida de Bojayá.

Sin un entierro digno

En medio de la conflagración, los cadáveres fueron enterrados en una fosa común, y sin identificar, porque las condiciones no lo permitían, pero sobre todo sin cumplir con los rituales acostumbrados: sin orar por sus muertos, sin cantarles alabaos, sin acompañarlos a pasar de esta vida a la otra.

Recuerdo la fotografía que publicaron al día siguiente los periódicos, la del Cristo mutilado por la explosión que se convirtió en símbolo de esta tragedia. En símbolo de muerte, pero también en símbolo de vida, porque Bojayá resucitó como el crucificado. Lentamente, dolorosamente, en medio de las lágrimas de los sobrevivientes por la pérdida de sus seres queridos y a lo largo de un proceso de sanación de las heridas durante el cual las víctimas de la violencia han dado testimonio y ejemplo de que la reconciliación y el perdón sí son posibles.

“Soy parte de esos que han sufrido. Soy consciente de la necesidad de cambio de esta historia trágica; soy sobreviviente con ganas de sembrar un nuevo cultivo de paz, amor y reconciliación; quiero que las generaciones vivan y no mueran a temprana edad, quiero ver a los niños crecer”, confiesa uno de los sobrevivientes convertido en líder comunitario, Leyner Palacio, en entrevista para el periódico El Tiempo.

Testimonio de perdón

Testimonio de que las víctimas pueden perdonar a sus victimarios fue el resultado del plebiscito del 2 de octubre en las urnas de Bojayá: el 95 % de los votantes locales dijo sí a los acuerdos pactados en La Habana. Testimonio de reconciliación entre víctimas y victimarios fue la ceremonia que se realizó en la iglesia de Bojayá en diciembre de 2015, en la que una delegación de la guerrilla de las FARC pidió perdón a los familiares de las víctimas por la explosión del cilindro bomba: según Leyner, “fue necesario reflexionar si tiene sentido guardar tanto odio, tanta rabia, tanta tristeza; guardarla lleva a que tú no puedas seguir viviendo. Uno debe liberarse de tanto dolor para seguir caminando la vida”.

Testimonio, también, el acto en el que el jefe negociador de las FARC, Iván Márquez, dijo a las víctimas en nombre de los victimarios en septiembre de 2016: “Con nuestras almas contritas, pedimos nos perdonen”, al mismo tiempo que reconocía que “el pueblo de Bojayá ha sabido dar ejemplo máximo de generosidad y perdón, entregando como el que más fuerza y esperanza para no desfallecer en la búsqueda de la paz”.

Y es que, en este proceso de resurrección de un nuevo Bojayá, el testimonio de reconciliación y perdón que están dando los sobrevivientes de la masacre es ejemplo esperanzador frente a la polarización y el pesimismo actuales de la sociedad civil. ¡Benditos sean quienes con su testimonio y ejemplo demuestran que en Colombia sí es posible construir un proceso de paz!