¿Quién entiende a Rosalía?


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Vaya por delante que estas líneas no pretenden criticar a una figura que se ha convertido en una artista de nivel internacional. Simplemente es la constatación de la imposibilidad de entender qué dicen las letras, o algunas de ellas, que canta Rosalía.



Algo incomprensible

En todo caso, esa incomprensión me ha recordado algunas páginas de la Escritura. La primera de ellas, el famoso episodio de la torre de Babel (Gn 11,1-9), donde Dios confundió la lengua de los seres humanos, de modo que ya no se entendían unos a otros (a pesar de que en el capítulo anterior ya se habla de una diversidad de pueblos y lenguas, territorios y naciones: 10,20).

Otro texto que habla de incomprensión es el famoso de la vocación de Isaías, en el que la misión que se le encomienda al profeta resulta también ella aparentemente incomprensible: “Ve y di a esta gente: ‘Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis no comprenderéis’. Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane” (Is 6,9-10). El mensaje del profeta parece incluir o anunciar el resultado final de su actividad: su palabra no tendrá éxito y el pueblo permanecerá en su terquedad. La parte final del texto hay que interpretarlo probablemente de forma irónica, como cuando decimos a alguien que siga haciendo alguna cosa precisamente para que no lo haga.

Pero quizá el texto más significativo y más parecido al “fenómeno Rosalía” es el de Is 28. En una diatriba contra Samaría se menciona a sacerdotes y profetas que se tambalean por el vino y se burlan del profeta Isaías con lengua balbuciente y extraña: “Sau-lasau, sau-lasau; qau-laqau, qau-laqau; zeer-sam, zeer-sam” (v. 10).

Estas palabras, probablemente onomatopéyicas, Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre las traducen así: “Ce con ce, ce con ce; pe con pe, pe con pe; chico aquí, chico allí”, y las interpretan como el remedo de una lección escolar. La continuación del texto, según la traducción de estos autores, dice así: “Pues con lengua balbuciente, en lenguaje extraño hablará a este pueblo […] Entonces el mensaje del Señor les sonará así: ‘Ceconcé ceconcé; pecompé pecompé; chicuaquí chicuallí’, para que vayan, y caigan de espaldas, y se destrocen, y se enreden, y queden cogidos” (vv. 11.13).

A veces lo incomprensible quizá sea un acicate para una mayor profundización. Pues eso: ‘saoko’.