Las mujeres, primeras testigos de la resurrección de Jesús


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“Muy temprano, apenas salido el sol”, precisa el evangelio de Marcos, el primer día de la semana las mujeres fueron al sepulcro a cumplir con el ritual que como mujeres les correspondía: ungir el cadáver que habían depositado en la tumba. Por eso “compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús”, escribe Marcos  y Lucas, que “llevaban los perfumes que habían preparado”.

Según el evangelio de Mateo, eran dos mujeres: María Magdalena y la otra María; según el de Lucas, eran muchas: María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y las otras mujeres; según Marcos, eran tres mujeres: María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé; mientras Juan solo menciona a María Magdalena. Bueno, no importa quiénes eran. El hecho es que las primeras que llegaron a la tumba de Jesús eran mujeres y discípulas: las mismas que según el evangelio de Lucas habían seguido a Jesús desde Galilea (8,2-3).

A pesar del miedo y la tristeza que sentían madrugaron para ir a la tumba de Jesús. Más miedo sintieron al llegar al lugar y encontrar que la piedra que tapaba el sepulcro no estaba en su lugar, y más todavía porque no estaba en la tumba el cuerpo de Jesús y “vieron a dos hombres de pie junto a ellas vestidos con ropas brillantes”, narra Lucas, mientras en la versión de Marcos “vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una larga ropa blanca” y Mateo se refiere a un ángel que “brillaba como un relámpago y su ropa era blanca como la nieve”: no importa, son maneras de expresar la experiencia de la trascendencia. Lucas constata que estaban “llenas de miedo” y Marcos escribe que “se asustaron”. Por eso el ángel que cuidaba el lugar las saludó: “No tengan miedo”, en palabras de Mateo y “No se asusten”, en palabras de Marcos”; en cambio los tres evangelios sinópticos coinciden en la confesión de fe: “No está aquí, sino que ha resucitado” (Mt 28,7; Mc 16,7; Lc 24,6).

Miedo y alegría

Que es cuando se convierten en apóstoles, porque se fueron a contar que la tumba estaba vacía y que Jesús había resucitado. Las primeras apóstoles, porque anunciaron la resurrección de Jesús y lo propio del apóstol es anunciar la resurrección. Y porque fueron enviadas a contarles lo que habían visto a los demás discípulos, que probablemente se estaban escondiendo por miedo a seguir la suerte de Jesús: “Vayan y digan a sus discípulos”, escribieron Mateo y Marcos. Y seguían estando asustadas, pero aunque tenían “miedo y mucha alegría a la vez”, escribió Mateo, las mujeres “corrieron a llevar la noticia a los discípulos”. Marcos, en cambio, escribió que “estaban temblando, asustadas, y no dijeron nada porque tenían miedo”.

Lucas, por su parte, simplemente registra que “al regresar del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a todos los demás” (24,9), que es cuando dicen quiénes fueron las que llevaron la noticia, mientras en el evangelio de Juan el encargo es del Resucitado y solamente a María Magdalena, que estaba llorando: “Ve y di a mis hermanos”, relato que también recoge el evangelio de Marcos, al final: “Después que Jesús hubo resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena”. Según Juan, cumpliendo el encargo del Resucitado “ella fue y contó a los discípulos –a los discípulos varones, vale la pena aclarar– que había visto al Señor y también les contó lo que él le había dicho” y según Marcos, “ella fue y avisó a los que habían andado con Jesús”.

Claro los discípulos no les creyeron. No podían dar crédito a habladurías de mujeres: según el evangelio de Marcos “no querían creerles”; según el de Lucas “les pareció una locura lo que ellas decían” (24,11). Era un mundo en el que las mujeres debían guardar silencio.

Invisibilización

Y después de este relato del encuentro de las discípulas con Jesús resucitado y de haber sido enviadas por él mismo a anunciar la resurrección, como primeras apóstoles, no se volvió a hablar de las mujeres que fueron al sepulcro muy de mañana. Desaparecen porque eran mujeres y desaparece la misión que el Resucitado les confió como apóstoles. Son silenciadas.

Porque a pesar de que los evangelios constatan que el Resucitado les confió la misión de ser apóstoles, en un mundo en el que las mujeres debían guardar silencio, la tradición de dos mil años, solo registra apóstoles varones, invisibilizando a las apóstoles mujeres que fueron, de verdad, las primeras.

Y las consecuencias son bien conocidas: la invisibilización y el silencio de los mujeres en la Iglesia a la largo de estos dos mil años.