La condición humana incluye una herida siempre presente en vida, unida a la herida de toda la humanidad. La mayor herida no es la muerte, sino el mal. Pero el último tejido roto y abierto de esa herida no es la división que el mal rasga, sino la espera. La última instancia de la herida humana es la espera. Todavía hemos profundizado poco en el no-poder de la espera, capaz de buscarlo y hallarlo incluso en lo imposible. Está por hacerse aún una Filosofía de la Espera.
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El Adviento que estamos a punto de comenzar nos enseña que la espera lo cambia todo. Es posible que no estemos en condición de cambiar casi nada, pero podemos esperarlo todo. Lo que una sociedad espera, fija su horizonte aspiracional, el fin que guía toda su acción colectiva y sincroniza las acciones personales. Lo que esperamos de alguien lo cambia. Lo he vivido muchas veces con personas sin hogar, tan entrenadas a palos para que dejen de esperar de sí mismos y de los demás. Cuando sienten que esperas de ellos, hay un descubrimiento revelador que les recuerda quiénes eran y soñaban ser. La espera nos cambia.
El Adviento es sabiduría de la espera. Las expectativas que tenemos de las cosas nos hacen redescubrirlas, buscar lo mejor, la bondad que todavía no hemos podido ver en acción. Pero esperamos. Incluso de nuestros adversarios o de quienes nos dañan. Todo comienza de nuevo si esperamos. Esperar lo mejor de los otros y no desesperar por lo peor, justo eso nos ayudaría a vivir más humanamente.
Más allá de lo previsible
La espera es una llamada, una convocatoria, una invocación que puede traer lo mejor. Es cierto que nos suceden cosas imprevistas, pero la espera va mucho más allá de lo previsible. Tenemos lo que esperamos, incluso en sueños, tan solo con la mirada o sin saberlo. Esperar es iniciar una revolución. Esperar lo cambia todo.