José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Iglesia con la cara lavada


Compartir

JUEVES 15. Fernando Sebastián detalla hasta dónde llega y hasta dónde no el capítulo VIII de Amoris laetitia. Con precisión. Llega a relatar el caso de quienes vivieron un matrimonio válido, ahora irrecuperable porque ambos se han creado obligaciones morales con unos terceros desde hace varias décadas. “La actitud no puede ser excluir, sino incluir”. Alguien pregunta en la sala. “Entonces, ¿por qué la carta de los cuatro al Papa?”. Respuesta: “Eso se lo tiene que preguntar a los cuatro cardenales”. Nada más que añadir.

VIERNES 16. Uribe y Santos, juntos en la misma mesa. Convocados por el Papa. Veo las imágenes. Como dos niños chicos. Pero no para leerles la cartilla, sino para esa pedagogía de aula de poner frente a frente a quienes han hecho de la diferencia un abismo. Poca disposición. Porque, a veces, los adultos tienen más de adolescentes que los niños chicos.

SÁBADO 17. El escepticismo tiende a contagiar hasta las decisiones. Tanto como para inflar los globos justos para Sembradores de Estrellas, la actividad que salió del corazón de Xavier Ilundain y que ya es de toda la Iglesia. A medida que se llena la parroquia de San Rafael, en Getafe, no me atrevo a contar. Cuando ya no hay sitio ni en los bancos, desisto tan siquiera de calcular cuántos entran por fila. Máxime, cuando el frío y el viento se ha llevado algún manojo por el camino. Al final, no hubo que recurrir al milagro de los panes y los peces. Llegaron. Justos, pero llegaron. Y volaron. Los globos. Las estrellas.

DOMINGO 18. Entro en la parroquia. Hasta hace unas semanas, El retorno del Hijo Pródigo, de Rembrandt, ilustraba el altar. Hay cambio de panel. Solo un eslogan sobre el corcho: “El nuevo rostro de la Iglesia… Sin Maquillaje”. A menudo, suelo cuestionar y cuestionarme por la falta de gancho y exceso de mojigatería de los lemas que escogemos para jornadas, cursos, encuentros… Que más parecen tesis doctorales que ganchos. Pues bien, el desmaquillaje me ha atrapado. No tengo más experiencia en el sector que la de las colaboraciones en televisión. Desaparecen las ojeras, no se aprecian los granos y se puede ganar hasta algo de color en una piel blanquecina. No queda rastro alguno del madrugón. Pero, en el fondo, es una capa que no te pertenece. Que tapa la verdad. O las impurezas, que llaman los del gremio. Necesario para ponerse ante la cámara, pero injustificable para una institución que aspira a ser Evangelio. Iglesia con la cara lavada. Ante todo y ante todos.

jose.beltran@ppc-editorial.com

Publicado en el número 3.017 de Vida Nueva. Ver sumario