José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

‘Gracias, Cardenal Ratzinger’…


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‘Gracias, Cardenal Ratzinger’ fue el título de la reflexión que escribimos tres estudiantes mexicanos, durante nuestra estancia en Roma, allá por 1984. En ella cuestionábamos al entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por su condena a Leonardo Boff y, en general, a la Teología de la Liberación.



Nuestra osadía no originó reprimenda alguna por parte del Cardenal germano, quien sí leyó el escrito -lo supimos por amigos que frecuentaban los pasillos vaticanos-, y sólo musitó un leve gesto sin manifestar aprobación o condena.

La imagen del teólogo brillante pero conservador -se le acusó de perseguir a los teólogos latinoamericanos- lo acompañó durante toda nuestra estancia en Italia, pero supe de un hecho que me hizo modificar mi juicio sobre el que sería después Benedicto XVI.

Cierta congregación religiosa, muy poderosa en tiempos de Juan Pablo II, y que cayó en desgracia cuando se supieron las fechorías de su fundador, organizó en New York un congreso internacional de teología, al que se convocó al Prefecto, portador siempre de gran prestigio académico. Quien lo invitaba le ofreció boleto de avión en primera clase, y hospedaje en el Plaza. Ratzinger se negó: ya tenía un vuelo comercial y se hospedaría en la parroquia alemana de la gran urbe. Al concluir su participación, uno de los organizadores se acercó a darle un sobre con una notable cantidad de dólares, que cubrirían sus viáticos y honorarios por la conferencia. No aceptó el dinero.

 

Tal gesto, lleno de congruencia y compromiso con la verdad –él abrió la puerta para la tolerancia cero en materia de abusos infantiles-, de su gentileza y cordialidad en el trato, contrasta con la imagen del intelectual adusto y preciso en sus observaciones, aunque férreo defensor de una tradición que buscaba ser modificada por las teologías de fines de siglo pasado.

Pero, más allá de su erudición casi sin límites, que lo posicionó como uno de los principales teólogos contemporáneos, y de sus dificultades para socializar y aparecer como un pastor cercano y cálido, hay un elemento que lo hará pasar a la historia: el haberse atrevido a renunciar.

Con esa decisión le devolvió al papado la humanidad y fragilidad que parecía perdida, con la proyección de un liderazgo angelical, ajeno a las vicisitudes mundanas, como lo son la enfermedad y la vejez. Se bajó del trono, pues.

La honestidad intelectual y ética de Ratzinger son un ejemplo no sólo para los clérigos y los fieles católicos, sino para cualquier ser humano. Ya descansa en paz.

Pro-vocación

Hemos concluido el 2022, con sus luces y sombras, pero vivos y con muchas bendiciones. Desde estas páginas van dos mensajes: uno de gratitud, por haber recorrido juntos este camino de provocaciones semanales, y otro de invitación a fortalecer nuestro seguimiento de Jesús de Nazaret, como sus discípulos. ¡Feliz año 2023!