Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

“Fruto de la tierra y del trabajo humano”


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Me permito la licencia de decir en la misa “trabajo humano” en lugar de “trabajo de los hombres” (espero que, por este detalle, no me echen del Dicasterio para el Culto Divino y los Sacramentos, al que pertenezco desde hace unos meses). Y es que, en ese pan que comulgamos, hay también trabajo de muchas mujeres. Cuestión de ser un poco más inclusivos, sin forzar el lenguaje ni caer en redundancias ridículas.



Pero no es este el tema. Lo que quiero compartir con los amables lectores es ese “trabajo humano” que hay en el pan que comulgamos, en ese trocito de harina y agua que llamamos hostia. Me lo cuenta Arnaud, el sacerdote de Stella Maris, el Apostolado del Mar, que ya conocen ustedes. Esa harina proviene de un trigo cultivado en Argentina, por campesinos de dicho país y otros llegados, hace varias generaciones, de España e Italia.

21 nacionalidades

Es transportado por un barco propiedad de una Sociedad de Dentistas de Alemania, que invirtieron sus ahorros en comprarlo. Pero, como su trabajo está más en la boca de los clientes que en el mar, los dentistas alquilan su barco a una compañía naviera de Suiza (que no tiene mar, pero sí una marina mercante importante). Los suizos contratan una póliza de seguro naval en Inglaterra y un capitán de Noruega; el capitán, a su vez, se hace con una tripulación de marinos de Filipinas y Ucrania. Por cuestiones que los profanos no entendemos, pero que deben de ser poderosas, porque “poderoso caballero es Don Dinero”, el barco navega bajo bandera de Panamá y llega a Marruecos, donde trabajadores del país lo descargan, lo transportan y lo muelen para convertirlo en harina.

Las clarisas, que son de México, Costa de Marfil, Congo y Vietnam, compran la harina y fabrican las hostias que un franciscano de Eslovaquia o de Brasil lleva al párroco de la catedral, que es de Francia. El domingo, un sacerdote de Burkina Faso celebra la Eucaristía, consagra esas hostias y las distribuye, ayudado por una religiosa de Madagascar y otra de la India.

Si no he contado mal, son 21 las nacionalidades de quienes han trabajado o intervenido en este proceso… del que se benefician cristianos de más de 100 nacionalidades, que son los que comulgan con las hostias de las clarisas de Casablanca.

¿No podríamos hablar de “globalización eucarística”? ¿Y no es esto un anticipo del banquete del Reino, en donde todos seremos UNO, viniendo de todo pueblo, raza y nación?

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