José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Estado de alarma


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(José Lorenzo– Redactor Jefe)

“A lo largo de estos doce meses, nuestra Iglesia apenas ha podido sacudirse del estado de alarma en que vive y desarrolla su misión en los últimos años. Al contrario de lo que pasa con nuestra economía, de fuera de nuestras fronteras llegaron mensajes de calma y sosiego que contribuyeron a rebajar la elevada temperatura con que se cocinaban las relaciones entre el Gobierno y la jerarquía eclesial”

Si echamos la vista atrás para observar qué es lo que ha dado de sí este año 2010 que ya se nos escurre definitivamente, la Iglesia en España puede sentirse reconfortada. Y tiene motivos para ello: la visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y a Barcelona en noviembre fue una muestra de la especial atención –y preocupación– que el Papa alemán le da a una tierra que ha brindado los más altos servicios al cristianismo. Tanto que Joseph Ratzinger volverá a pisar suelo español en agosto de 2011, en Madrid, para seguir animando y reanimando a una Iglesia que ha encontrado en la frágil figura de este Papa un bálsamo para sus tribulaciones.

A lo largo de estos doce meses, nuestra Iglesia apenas ha podido sacudirse del estado de alarma en que vive y desarrolla su misión en los últimos años. Al contrario de lo que pasa con nuestra economía, de fuera de nuestras fronteras llegaron mensajes de calma y sosiego que contribuyeron a rebajar la elevada temperatura con que se cocinaban las relaciones entre el Gobierno y la jerarquía eclesial. No se puede ocultar que hubo desencuentros, pero también que primó, al contrario que en años anteriores, la voluntad de acuerdo o, cuando menos, de medir más las palabras.

Pero este estado de alarma, si se permite la oportunista comparación, lo vive también la Iglesia de puertas adentro. Con la tentación restauracionista muy presente, crece en el ambiente la desconfianza entre hermanos. Quizás lo más palpable es lo que está pasando en la Vida Religiosa, donde el malestar es evidente al sentirse cuestionada tanto en sus métodos como en su celo evangélico. Pero también –a pesar del innegable espíritu de comunión del que hacen gala a la mínima de cambio– se percibe entre asociaciones y movimientos apostólicos por el desigual trato –y cariño– que dicen recibir.

Es de esperar que 2011, con importantes acontecimientos que marcarán el futuro inmediato de nuestra Iglesia, sea el del principio del fin de este estado de alarma.

En el nº 2.735 de Vida Nueva.