José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
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El ‘selfie’ del curita


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

También ella fue “enemiguísima de ser monja”, y mira la que lió. Tomo prestada la cita de un gran devoto suyo, José María Javierre, que recorrió sus geografías y se emocionó ante los palomares de Gotarrendura, donde creyó ver grabados infantiles de la pequeña Teresa y su hermano, porque ayuda a encuadrar mejor la indignación.

A ver, ella, de familia bien, también tuvo su momento frívolo, su regusto por las fruslerías de la época… Lógico, la juventud batiendo en las sienes. Luego, el ardor solo tuvo un dueño y, cinco siglos después, es el espejo en donde se miran consagrados y laicos que escriben su vida leyendo la suya.

La indignación a encuadrar nace de un selfie, ya saben, esa fiebre por hacerse uno una foto con gente famosa, esa moda por reducirlo todo a un autorretrato digital, un filón insospechado para la psicología. El selfie fue durante una ordenación episcopal.

El autorretratado no era ningún paisano que estiraba la cabeza para ponerla a la altura de las mitras que desfilaban y cazar una –la que fuese– al vuelo. No, el selfie era de un jovencísimo sacerdote quien, en la procesión de entrada al templo, de espalda a sus compañeros, y sin dejar de caminar, le sonrió a su mano, en plano casi cenital, para inmortalizar su paseo por la alfombra roja. Al finalizar la ceremonia, lo encontré de nuevo sonriendo a lo pequeñonicolás con la presidenta autonómica y otras piezas de caza menor. “Narcisistas con necesidad excesiva de admiración y afirmación”, lo etiquetan los psicólogos. Ignoro cómo lo catalogan en los seminarios…

El día anterior me había acogido en esa ciudad Rafael, un espíritu joven de 84 años, un cura que desafió a la neumonía para llevarme a su parroquia y presentármela como a una novia. Me llevó al trote por las calles a pesar de su caminar tambaleante, reciente aún su caída mientra oficiaba misa. Daba la sensación de que eran suyas y de que ahora me las regalaba. Y que aún eso le parecía poco para el huésped.

No puedo dejar de pensar en él tras el selfie de la indignación. Ni en el sonido de sus zapatos bajo los soportales mientras se alejaba, caída la noche, frío arriba. Sus pasitos estaban llenos de testimonio. Como lo estuvo el andar de la Santa. Como deseo que acabe estándolo el caminar del curita del selfie cuando descubra que no es ni más ni menos que un sacerdote.

En el nº 2.934 de Vida Nueva