Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Crisis laboral mundial


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En el reciente viaje del papa Francisco al Foro para el Diálogo de Bahréin, anunció proféticamente “la emergencia de una crisis laboral mundial”. El Papa señala a las crecientes desigualdades internacionales e intranacionales entre trabajadores. Por primera vez desde que tenemos registros, se piensa que los hijos vivirán laboralmente peor que sus padres. Pero la crisis es más profunda. Como dijo el Papa, “en el centro [del trabajo] ya no está el hombre; que, de ser el fin sagrado e inviolable del trabajo, se reduce a un medio para producir dinero”.



Esta crisis tiene dos grietas enormes y crecientes. La primera se manifiesta en lo que ha sido denominada como la gran renuncia o gran dimisión. La pandemia aumentó e hizo visible un fenómeno emergente: cada vez más trabajadores abandonan voluntariamente sus puestos de trabajo. Se contabilizan pérdidas de trabajadores por encima del 5% de las plantillas en distintos sectores.

La cultura ultraliberal ha maximizado la responsabilidad corporativa respecto a sus trabajadores, sus proveedores y la sociedad, y eso vuelve en forma de desafección y desconexión de los trabajadores. Hostelería, construcción, transportes o agricultura son sectores económicos en los que ya no hay suficientes trabajadores, y el problema crece también en empleos más cualificados.

Sin vinculación ni sentido

Malas condiciones, bajos salarios, horarios invivibles, abusos impunes, ínfimo desarrollo laboral… son causas del gran abandono, pero no solo. Hay una profunda crisis de vinculación y sentido. Y esa es la segunda grieta. El trabajo es, en menor medida, motor de ética, identidad, sentido y participación en la sociedad. Los trabajos se vacían de propósito, no prometen desarrollo personal y social, y no se es capaz de transmitir a la siguiente generación la ética laboral que da forma a la vida e integra la sociedad. Se extiende por el planeta una crisis espiritual del trabajo.

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