‘Homo hominis homo’

(Andrea Riccardi– Fundador de la Comunidad de San Egidio) La imagen del enemigo: un problema que hunde sus raíces en la historia más antigua, pero también una cuestión de rabiosa actualidad. Y la frontera entre el enemigo y el amigo siempre ha recorrido la fe religiosa del hombre y la mujer de todos los tiempos. Un ejemplo es la historia de Caín y Abel, el hermano que se convierte en rival hasta ser el enemigo a suprimir. Una historia en la que el uso de la religión en la ideología del enemigo es algo fundamental, el mecanismo que hace que mi enemigo sea también el enemigo de Dios, quizás partiendo del presupuesto invertido de que el enemigo de Dios es mi enemigo.

Parece un modelo de épocas remotas, sin embargo estuvo vivo y fue eficaz incluso en el siglo XX, el más secularizado de la historia. Hasta el punto de convertirse en un tiempo de severas persecuciones religiosas, casi como si el amigo de Dios, el creyente, se convirtiera en enemigo del orden, del progreso, de la instauración de una sociedad justa. Ocurrió en la construcción de la sociedad soviética, que tuvo entre sus puntos más fuertes la lucha contra las religiones, en particular contra la ortodoxia rusa. Es la historia de centenares de miles de homicidios que tuvieron lugar en aquellos años.

A pesar de todo, incluso en el siglo más secularizado de la historia, la religión, el Cristianismo, es llamado a sacralizar el espacio del enemigo y del amigo. El camino es a menudo el del modelo bíblico del pueblo elegido.

No hay que ceder a la simplificación de afirmar que las religiones son portadoras de una carga de violencia y de enemistad. Un mundo sin ellas no es por sí solo no violento. Pero el verdadero problema es hacer emerger desde lo profundo de las mismas esa capacidad de unir el hombre al hombre, ese homo homini homo objetivamente insito en su propia tradición. Por ello es importante seguir reflexionando sobre la imagen del enemigo y… tal vez sobre la del amigo.

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