Política y moral

Fernando-Sebastián-P(Fernando Sebastián– Arzobispo emérito de Pamplona y Tudela)

“Los católicos también sabemos que los gobernantes, cuando toman decisiones que afectan a la vida de los demás, no pueden proceder arbitrariamente, sino que tienen que someterse a algunas normas morales, que no dependan de ellos, sino que estén fundadas en la dignidad de la persona, y que les obligan en conciencia, a ellos como a todos”

Cuando hemos criticado desde la Iglesia algunas leyes como inmorales, los laicistas nos han respondido diciendo que no somos demócratas porque queremos imponer nuestra moral a toda la sociedad. Eso, sencillamente, no es verdad.

Los católicos sabemos muy bien que ni la fe ni las normas morales que dimanan de ella se pueden imponer  a nadie. La fe es esencialmente libre.

Es más, quien piense un poco verá que el ejercicio más hondo de libertad que podemos hacer es precisamente decidirnos a creer en Dios y vivir en consecuencia.

Pero los católicos también sabemos que los gobernantes, cuando toman decisiones que afectan a la vida de los demás, no pueden proceder arbitrariamente, sino que tienen que someterse a algunas normas morales, que no dependan de ellos, sino que estén fundadas en la dignidad de la persona, y que les obligan en conciencia, a ellos como a todos.

Estas normas morales fundamentales no son patrimonio exclusivo de nadie. Se fundan en la dignidad del hombre y todos las podemos conocer fácilmente mediante el ejercicio de la razón, ayudados por la dimensión social e histórica del pensamiento. Y mejor todavía si invocamos la ayuda de Dios. Así ocurre con la obligación de ajustarse a la verdad en pronunciamientos y actuaciones, con la obligación de respetar y proteger la vida humana en todo momento, con el deber de utilizar el poder para el bien común y no para bienes particulares o del propio partido.

Sin respetar un orden moral objetivo, superior y vinculante, la autoridad degenera en despotismo, la opinión pública deja de ser expresión de la verdad social y la democracia se corrompe sin remedio. Así estamos. Con una moral de sentido común, sinceramente aceptada y respetada, todo andaría mucho mejor.

En el nº 2.683 de Vida Nueva.

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