La moral de la procreación, pendiente de renovación

Marciano Vidal, redentorista, teólogo moralistaMARCIANO VIDAL | Teólogo moralista

A algunos moralistas católicos nos ha llamado la atención el escaso tratamiento que ha recibido en el pasado Sínodo extraordinario sobre la Familia (octubre de 2014) el tema de la procreación responsable, siendo así que, en los resultados de la encuesta previa a la asamblea sinodal, esa cuestión aparecía como una de las más problemáticas tanto en la práctica como en la teoría de la moral católica familiar actual. Ojalá que el reciente flash del papa Francisco (“la procreación humana no es como la de los conejos”) avive el interés por reorientar –teológica y pastoralmente– un tema de tanto interés para la vida familiar y para la misma sociedad. A petición de Vida Nueva, señalo algunas perspectivas de la teoría moral católica que podrían ser tenidas en cuenta en orden a ofrecer una autorizada palabra de iluminación y de orientación.

  • 1. La iluminación más valiosa y la más autorizada, hasta el presente, es la que formuló el Concilio Vaticano II. La asamblea conciliar aceptó como orientación decisiva el llamado principio ético de procreación responsable. Quienes conocen la historia de la moral católica saben ponderar la gran innovación que supuso la aceptación de tal orientación, la cual puede ser traducida así: el ejercicio de la procreación depende de una decisión de los cónyuges-progenitores, quienes han de atenerse al bien (realización) de los hijos, de los mismos padres y, también, de la sociedad (GS, 51).
  • 2. En cuanto a los medios para controlar la capacidad reproductora humana, la moral católica descarta los procedimientos abortivos y, fuera de las situaciones de aplicación de la razón terapéutica, los procedimientos esterilizantes. Sobre los métodos propiamente contraceptivos, el Vaticano II no se pronunció. Lo hizo la encíclica Humanae vitae (1968), sobre la cual pesan tanto el interrogante teológico de la receptio –tal como dicho principio fue explicitado por el teólogo Y. Congar– como el cúmulo de interpretaciones exceptivas de conferencias episcopales y de teólogos.
  • 3. Hay un ejemplo histórico que puede aclarar la interpretación de la Humanae vitae: la encíclica Vix pervenit de Benedicto XIV (1745) sobre el préstamo con interés. Esta encíclica no fue “recibida” por la comunidad católica en general; su contenido dejó de ser apoyado por los dicasterios romanos en el s. XIX (“que los confesores no inquieten la conciencia de los fieles”: Denzinger, 2722-1723); el Código de Derecho Canónico de 1917 aceptó un comportamiento contrario a la citada encíclica: colocar los fondos de las fundaciones pías (canon 1547, recogido en el canon 1305 del actual Código de 1983). Lo que sucedió en siglo y medio con la encíclica Vix pervenit puede haber sucedido en cincuenta años con la encíclica Humane vitae.
  • 4. Recientemente, el obispo de Amberes, Johan Bonny, ha aludido a la “política eclesial” subyacente al tratamiento oficial que ha tenido la Humanae vitae, política en la que “todavía corren rastros de sospecha, de exclusión y de ocasiones perdidas” (Moralia 37 [2014] 353). Ojalá el próximo Sínodo ordinario sobre la Familia (octubre de 2015) sea capaz de superar esas dificultades eclesiales mediante una interpretación del sensus fidelium (el mayoritario y sincero parecer de los fieles) a la luz de la enseñanza del Vaticano II.

En el nº 2.927 de Vida Nueva

 

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