El talante “cristiano”

(Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“La Iglesia en España quiere estar en los medios; y de hecho lo hace en los de menor recurso, como las hojas diocesanas o las pequeñas emisoras locales, y también en cadenas de radio, como COPE, y de televisión, como Popular Televisión. En todos, sin excepción, deberá cuidar con profundo esmero el talante cristiano”

El talante, aunque ahora no lo parezca, está siempre al alcance de cualquiera, porque no es más que un soporte. El talante, en efecto, siempre necesita de un adjetivo que le dé vida, como, por ejemplo, el que ahora le pongo: “cristiano”. El talante con esta acepción siempre tiene un rostro alegre y un tono de buena noticia; es amigo de la verdad, a la que sirve, si bien no ignora las dificultades de ésta a la hora de abrirse camino. No renuncia a defenderse ante los enemigos de lo verdadero, lo justo o lo bello, pero lo hace desde el respeto a la dignidad de la persona y al servicio de la comunión entre los hombres. El talante cristiano se muestra en los hijos de Dios, del que se sienten amados y en el que aman, especialmente a quienes parecen no merecerlo. Es justamente en ese amor de Dios, encarnado en Jesucristo, en el que el talante cristiano se forma y se refleja cada día en cualquier manifestación de la Iglesia.

Por su penetración y alcance, es en los medios de comunicación donde más se ha de reflejar la diferencia del talante de la Iglesia con los talantes de otras formas de proponer y comunicar. La Iglesia en España quiere estar en ellos; y de hecho lo hace en los de menor recurso, como las hojas diocesanas o las pequeñas emisoras locales, y también en cadenas de radio, como COPE, y de televisión, como Popular Televisión. En todos, sin excepción, deberá cuidar con profundo esmero el talante cristiano de sus comunicadores y de su comunicación. Éste ha de añadirse siempre a la competencia profesional y a la libertad de expresión; aspectos ambos esenciales, pero que en la comunicación católica no se bastan por sí solos. Y para que no quede en buenos deseos, habrá que concluir con el principio escolástico “operatur sequitur esse”.

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