La fiesta, ¿evasión o afirmación?

(Francesc Torralba Roselló-Profesor de la Universidad Ramón Llull) En nuestra cultura secularizada e hiperconsumista, la fiesta, como tantas otras experiencias humanas, ha sufrido el despojo de su identidad, ha sido devaluada y vaciada de su sentido. Muchas de nuestras llamadas fiestas no lo son en realidad. Se quedan en puros intentos. Les falta gratuidad e imaginación, expresividad, soltura y vitalidad. Muy a menudo, se convierten en puros mecanismos de evasión colectiva.

La fiesta nace de lo más hondo del ser humano; no es un elemento de alienación, sino un encuentro lúdico y agradecido con las raíces de la vida. La matriz en la que se fecunda, se engendra y nace la fiesta es la profundidad del ser humano. Festejar es expresarse ritualmente, decir y decirse con lenguaje simbólico, impregnado de imaginación y de poesía, comunicar y comunicarse con el alma y con el cuerpo, liberándose a sí mismo.

Tal y como expresa lúcidamente Joseph Pieper, la fiesta vive de la afirmación. Ésta no es una frívola evasión, un rehuir miedosamente la vida, sino el intento valiente de reconocerla y afrontarla a pesar de todo. Éste es el secreto de la fiesta, tanto de las que se celebran en un clima de opresión como las que brotan en un clima de exuberante liberación. La fiesta es, para decirlo metafóricamente, el brinco que suelta la traba.

Nuestras vidas personales están amenazadas por la pesadumbre de la existencia. Existir, vivir desde uno mismo pero afuera de sí mismo, es, a veces, estremecedor. José Ortega y Gasset decía con acierto que en el existir va incluido el resistir.

La fiesta es una celebración de la vida; consiste en proclamar que ella, a pesar de todo, merece ser vivida porque la vida no es un absurdo sin sentido.

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