Editorial

Semana Santa, de verdad

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Publicado en el nº 2.701 de Vida Nueva (del 27 de marzo al 9 de abril de 2010).

Para muchos, la Semana Santa se ha convertido en un tiempo de ocio. Otros muchos, en cambio, siguen viviendo estos días, en mayor o menor medida, con algún sentido religioso. A este respecto, el escenario es variopinto y plural. Las celebraciones alternan con mil manifestaciones de religiosidad popular. Junto al silencio de la oración personal ante el Santísimo o la Cruz pueden escucharse los sonidos de trompetas y bandas que acompañan procesiones. Los hechos y los personajes propios de la Semana Santa se presentan vivos ante nosotros, tanto por la lectura de las narraciones evangélicas como por representaciones plásticas, sobre todo escultóricas, que en no pocos casos han alcanzado las cimas del mejor arte.

Aquellos hechos y personajes no son fruto de creaciones legendarias o relatos míticos. Se trata de una historia real. En torno a la pasión y muerte de Jesús se dan cita los elementos propios de la historia humana: el grito de los pobres y el abuso de los poderosos, el afán de la riqueza y el deseo de Dios, la traición de unos y la generosidad y fidelidad de otros. Sin dejar de ser humana, aquella historia es también historia de salvación. En el centro de la escena está Jesús. Una lectura crítica de los relatos evangélicos nos permite recuperar básicamente no sólo la verdad de los acontecimientos, sino incluso de los propios sentimientos de Jesús en aquellos días y aquellas horas. Sabemos de su desgarro ante la muerte, de su compasión hasta el extremo por los pobres y los pecadores, de su libertad para entregar la propia vida y ofrecerla al Padre en favor de los hermanos.

La muerte de Jesús tiene la singularidad de que es la muerte del Hijo. En la cruz Dios estaba, por Cristo, reconciliando al mundo consigo. Pero esa singularidad no la priva del realismo y dramatismo de toda muerte. La muerte de Jesús es excepcional, pero no es extraña ni atípica. En su entraña lleva un dinamismo, característico del misterio pascual: la vida sólo llega a su plenitud cuando uno es capaz de “perderla” por los otros. Las palabras de Jesús a este respecto son claras y clarificadoras: “No hay amor más grande que el que es capaz de entregar la vida”. La entrega y la muerte a favor de los hermanos tiene en sí misma la semilla de la fecundidad. Siendo sublime y singular, la muerte de Jesús es radicalmente humana y está cuajada con los elementos propios de la muerte de los hombres: dramática y dolorosa siempre, sí, pero llena de plenitud y abierta a la esperanza cuando la vida ha sido vivida con sentido y generosidad. Conviene recordar la verdad de aquella hora frente a los que la interpretan como un mito o a los que, aun siendo creyentes, han reducido la cruz a un postulado teológico enajenado de su base histórica. Recuperar la verdad y el realismo del Gólgota no sólo nos llevará a su fuente más genuina, sino que nos ayudará a pisar tierra y a reconocer la cruz de tantas víctimas, ya sean de la crisis económica, de cualquier clase de abuso o de las catástrofes de Haití y de Chile. Y no sólo reconocer esas cruces, sino sentirnos movidos a compasión por ellas. Cruz y compasión. Este binomio, siempre fecundo, engendra caminos de vida nueva. Ya en la cruz se escuchan los primeros acordes de un aleluya pascual.