¿Dar autoridad al profesor solucionará la educación?

Ilustración-educación(Vida Nueva) La intención de la Comunidad de Madrid de elaborar una ley para considerar al docente como ‘agente de autoridad’ pone sobre la mesa el debate sobre quién debe educar a los hijos. Escuela y familia se reparten la responsabilidad y las culpas en este complejo tema, que esta semana abordan, en la sección de ‘Enfoques’, Luis Alberto Rodríguez de Rivera, director de un colegio, y el pedagogo, José Luis Corzo.

 

La autoridad hay que ganársela

Luis-Alberto-Rguez(Luis Alberto Rodríguez de Rivera Alemán– Director General del Colegio Bienaventurada Virgen María, “Irlandesas”, de El Soto-Alcobendas, Madrid) Nos movemos a golpe de titular, y los políticos lo saben. Anuncia Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, un proyecto de ley que reforzará la autoridad de los docentes en el aula, hasta el punto de considerar a los profesores “agentes de la autoridad”. Nos movemos a golpe de titular, y los políticos lo saben, porque el anuncio cala y tiene efecto. Se ha abierto el debate.

Pero el problema es más profundo que el hecho de aprobar una ley que refuerce la autoridad o establezca una nueva consideración legal de los docentes. Es evidente que, en las últimas décadas, la relación familia-escuela y la misma cultura de relación docentes-alumnos está evolucionando a marchas forzadas. La mayoría de las instancias de la comunidad educativa vivimos en un relativo desconcierto de cambio.

Los valores de prestigio y de autoridad que tenía la escuela hace 30 años parecen perdidos. Es como si la educación hubiera pasado a ser sólo un servicio para usuarios o para clientes. En este contexto, parece que nos creemos que es suficiente regular con cuidado los derechos y deberes de todas las partes implicadas. Pero no es así. Y los hechos nos lo demuestran. Los reglamentos de los centros educativos no eliminan el malestar de los docentes, que no se sienten reconocidos ni por las familias ni por los alumnos. Las normas de convivencia o académicas (en constante modificación éstas últimas por los vaivenes políticos) tampoco contentan a muchas familias. El conflicto está servido.

Por otro lado, en estos años hemos dado no pocos bandazos pedagógicos. De maestros a profesores, de profesores a educadores, de instruir a formar, de formar a educar, de educar en valores a educar en competencias. Y el desconcierto sigue presente.

Y la familia también ha evolucionado sustancialmente en estos años. Hasta el punto de que, en la actualidad, algunos detectamos una sensación de culpa en las familias, que no saben cómo educar, se ven sin tiempo de convivencia familiar o les sorprende la dureza de la adolescencia de los hijos inmersos en un ritmo de vida urbano trepidante.

Mi perspectiva como educador, después de diez y seis años de ejercicio docente, me lleva a constatar que: educa la familia, que es la primera instancia de humanización de la persona. En ello no hay delegación posible. La escuela instruye, forma y también educa (porque es imposible no hacerlo, no hay educación neutral), pero como colaboración de la familia. Y el diálogo tiene que ser posible: las familias deben depositar su confianza en la escuela, pues en ella están los profesionales de la educación y la formación docente; la escuela debe sentir a los padres como responsables de la educación y también comprenderles y empatizar con ellos en sus dificultades como educadores naturales dentro de una sociedad que no ayuda a fijar valores y hábitos profundos.

Con todo, una posible ley que aclare más las competencias de la escuela no vendrá mal. Si la ayuda legal potencia el esfuerzo en los alumnos, la responsabilidad ante sus propias acciones y la asunción de las consecuencias de su comportamiento, bienvenida sea. Incluso si la consideración de autoridad mejora la autoestima de los docentes, también estará bien. Pero la autoridad en el ámbito educativo hay que ganársela. Y las familias deben conocer su responsabilidad última (no sé si una ley será capaz de recordárselo), que, en cuanto al comportamiento de los menores, es también vital.

 

Los padres necesitan tarima

Corzo-2[José Luis Corzo, Sch.P.- Instituto Superior de Pastoral. Director de la revista Educar(NOS)] Ya revienta la escuela, según parece. Y ya era hora. ¡Hemos exigido tanto de ella! Que acabase por lo menos con la violencia machista, con los accidentes de tráfico, con el botellón y con el paro (durando hasta los 16 años). Otros aseguran (¿serán los mismos?) que de la educación se ocupan ellos en su casa y que, la escuela, a callar. Todos la hemos maltratado mucho y despreciado su verdad. Ahora proponen blindar la autoridad de los profesores, recuperar las tarimas, el usted, el don y el doña, y hacer un gran pacto escolar, porque esto no da más de sí. Y no lo digo por algunas agresiones a los profes, ni por el botellón armado de Pozuelo, sino por el enorme fracaso escolar desde hace años, desenmascarado una y otra vez por nuestras malas notas internacionales. Fracaso de la escuela, no de los chicos. ¿Y esto de ahora? Nuevos síntomas, no más.

Ni siquiera entre cristianos hemos aclarado las competencias de cada uno. Si los padres tienen derecho a educar a sus hijos, no será por propietarios, sino, dada su fragilidad, como los primeros obligados a ayudarlos y, mientras crecen, a respetar sus derechos (ONU); del niño, más que del Estado (Esparta) o de los padres (Roma). Porque el niño es suyo, de él, hasta que descubra un día que es de Dios y para el prójimo. Y los cristianos tenemos que ayudar –hasta con la escuela católica– para que aquí haya una robusta escuela pública (como en Italia) donde convivan juntos los diferentes (Corazón, E. De Amicis) y donde todos los pobres de fe, de amparo familiar y de dinero se formen como ciudadanos. Con eso de que a mi niño me lo educo en casa y el cole es mi subalterno estrictamente neutro, ¿qué iba a ser de los hijos de… nadie?, ¡si cada día hay más! A los cristianos nos importan más que los nuestros. Siempre me apena y, a veces, me da risa o me irrita el ideal educativo de “cada uno con la suya”: desde pequeñitos con las verdades de su escuela, con su ideario, con su extra de inglés y con sus chuches; todo a la medida de su clase social, mucho más que de la respectiva ideología familiar (¿la hay católica?) ¡Eso mismo quisieran de la clase de Religión!, ocasión para todos de conocer lo religioso del hombre, de nuestra historia, de nuestros convecinos.

Si el pacto escolar va en serio, los cristianos no vamos a exigir lo nuestro, sino a adaptarlo para poder ofrecérselo a todos. Pero antes hay que convenir en tres cosas:

Una. Que educar no equivale a clonar, plasmar, modelar o amaestrar. Enseñar (y ocultar), sí. ¡Y claro que hay que enseñar! conocimientos, maneras y valores. Le toca a la escuela. ¡Es la instrucción pública!

Dos. Pero, en cambio, Educar es otra cosa (J.L. Corzo, Popular, Madrid 2007), como dar de comer no significa que alimente. Educar como persona exige afrontar los desafíos colectivos
de siempre y los de ahora; decidir dar la cara personal y moralmente a los enigmas y optar; si no, lo aprendido, lo comido, no aprovecha.

Y tres. Que, por ello, nadie educa a nadie, sino “en comunión” (P. Freire) y con los desafíos de la vida por medio. Así que nos educamos en casa, en la calle, en la tele (ofende un ministerio de Educación con esta TV). Las escuelas sirven para educar(NOS) si a maestros y a alumnos nos dejan ver lo que provoca y nos llama.

Las hay que miran a otra parte, ocultan los desafíos, dan soluciones sin enseñar los problemas, marcan metas sin mirar quién las paga. Vamos, que enseñan sólo el primer mundo, sin el tercero ni el cuarto (del segundo ni palabra).

Los chicos no son tontos. Por todas partes se ve que en el planeta somos una minoría sin futuro, subidos en un barril de petróleo y de pólvora entre millones de náufragos –con o sin patera– en busca de equidad y justicia. La crisis económica actual pide tiza y pizarra, ahondar en sus causas, medir su profundidad, divisar sus consecuencias, palpar la urgencia de un cambio de sistema y de consumo personal y colectivo desaforado, inviable. Ni los políticos lo hacen, ni la prensa, ni las familias. Nuestros ojos verán aumentar los parados mucho más, se acabó el negocio de los pisos, la venta de humo, de sellos o de falsos títulos bancarios y, mientras, África se hunde, las guerras por el petróleo y otras energías no cesan…

Así que también los chicos miran para otro lado: la escuela carece de interés y apenas sirve a sumisos y arribistas. Pactemos. Que los padres tomen cartas en el asunto y se eduquen hoy con sus hijos ante cosas más serias. Que los profes no las oculten en clase, a pesar de los programas.

En el nº 2.676 de Vida Nueva.

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