La dimensión política de la fe


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El linchamiento del padre Pedro María Ramírez en Armero, el 10 de abril de 1948, dio lugar a numerosas y contradictorias reacciones. Desde la derecha se vio ese asesinato como un sacrilegio impulsado por el comunismo ateo; desde la izquierda, el hecho se explicó como una reacción popular contra la intervención del clero en la política.

El día mismo de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, un testigo ocular citado por Arturo Alape recordó: “yo veo la torre, alcanzo a ver la torre desde donde están tirando, pero no veo personas. Todo el mundo dice que son los curas, los que están tirando”. La versión se generalizó y alimentó la rabia contra el clero; la misma que arrasó la nunciatura, el colegio de La Salle y las iglesias.

Tuvo la fuerza de un símbolo el relato de Rodolfo Acosta: “me acuerdo que había un Cristo que sentaron sobre un andén; le quitaron la ropa y le cruzaron las piernas. Estaba cruzado de piernas. Era un Cristo de tamaño natural, desnudo, triste” (Citado por Alape en El Bogotazo, 517).

Ese día alcanzó su nivel más dramático un sentimiento de rechazo que se había acumulado durante más de un siglo. Siguiendo el mismo camino trazado por los papas, el clero colombiano había denunciado el comunismo como “el terrible enemigo”, “la nefanda doctrina” que “echa por tierra los derechos de todos”.

El Syllabus de Pío IX también orientó los púlpitos y la acción de obispos y sacerdotes con el capítulo sobre “errores relativos al liberalismo”. Se mantuvo vigorosa la lucha contra el comunismo; pero al tiempo se había abierto otro frente de batalla: la condena del liberalismo que partía de la satanización de los derechos del hombre: “los funestos derechos del hombre”, condenados por Pío VI. Repitió y potenció esa condena el obispo de Pasto, monseñor Ezequiel Moreno: “el liberalismo está condenado en todas sus formas y grados”. “Hoy el combate religioso lo presenta el enemigo en el terreno político” (Carta circular de Mons. Ezequiel Moreno, 14-02-1900).

Todo en el cristianismo impulsa hacia el encuentro del otro

La ofensiva contra la Iglesia el 9 de abril, la muerte del padre Ramírez en Armero, hicieron parte de la guerra declarada contra el liberalismo y el comunismo y expresaban de modo trágico el rechazo de lo religioso en la política.

Pero ¿debían separarse lo religioso y lo político?

Optar por esa separación sería reducir lo religioso a lo individual y despojar la fe de sus implicaciones sociales. El de lo religioso sería, así, un mundo de seres aislados y solitarios.

Por el contrario, todo en el cristianismo impulsa hacia el encuentro del otro: desde el mandamiento del amor, hasta la certeza de que Dios ama a través de cada persona en el mundo. La fe cristiana, explica el teólogo chileno Miguel Yaksic, “envuelve la vida, la praxis y la visión del mundo de una comunidad completa” (Política y Religión, 30). Y agrega: “la fe es un don que no es permanente para el individuo, sino para el otro”.

Despojar la fe de la relación y compromiso con el otro es reducir lo religioso a lo ritual, y hacer de los ritos unos actos mágicos de defensa y fortalecimiento de lo individual.

Aunque esta es una visión frecuente en el mundo, no es la del creyente. Cuando el papa Francisco denunció las políticas migratorias que desoyen y abandonan a los migrantes sirios y africanos, entró en el terreno de las políticas sociales; también lo hace el episcopado colombiano al apoyar el acuerdo de desarme y cuando estimula a los negociadores para que lleguen a un acuerdo definitivo. Son actuaciones políticas dictadas por su compromiso de fe con los demás y con el bien común de la sociedad. Se acentúa esa intervención en documentos como Laudato si’, que pone en tela de juicio las políticas ambientales de los gobiernos en el mundo.

Si la fe enseña que Dios opera en la historia a través de los humanos y que su reino de amor se construye con la acción de los creyentes, ¿cómo ser consecuentes con esa fe con la ausencia y renuncia a las responsabilidades políticas?

Hay una naturaleza política innegable en el ejercicio de la fe.