Arturo Mora Hernández

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“Ese inconformismo ha sido una motivación importante para esas búsquedas que emprendí en el camino”

Año 1999. A los treinta años Arturo llegó a Medellín con dos mudas de ropa y la añoranza de otros horizontes. Un sentimiento de inconformidad lo acompañaba como resultado de lo que había sido su vida hasta entonces. Una niñez campesina, en Cundinamarca, por temporadas separado de sus padres; los rostros de la violencia y la contingencia en la juventud, a su encuentro desde muy temprano; dos años sin sentido en las fuerzas armadas, regalado prácticamente, por falta de mejores oportunidades; y una rebeldía en aumento, como expresión de su rechazo a las normas impuestas, como deseo de ser gobierno de sí mismo.

Se asentó en el barrio Santa Cruz junto a una familia amiga, originaria de Urabá, que le abrió un espacio. El panorama de Manrique Oriental lo impactó. Comuna 3: casas de tabla y cartón, caminos destapados y personas empobrecidas, muchas de ellas desplazadas como consecuencia de la violencia en el país. Malas condiciones de vida, historias de persecución, de maltrato y ausencia de duelos en el interior de quienes habían perdido a sus seres queridos porque se los habían asesinado. Arturo comenzó a conocer la realidad de la gente, debido a que se involucró con el trabajo de promoción humana de la junta de acción comunal. Fue su primer contacto con los procesos sociales, un mundo desconocido por delante, con cada visita a las familias.

En Manrique también conoció a las comunidades eclesiales de base, algunos de cuyos líderes vivían en los barrios. Juan del Ojo Carrera lo invitaba a su casa para compartir cafés, lecturas, noches de diálogo sobre un modo encarnado de ser cristiano, una propuesta que lo cautivó y que nutrió su manera de pensar. Dos años después dejó el lugar en que vivía para unirse a una experiencia de vida eclesial en Manrique La Salle animada por Juan, donde en una misma casa varias personas compartían la vida activa, contemplativa y ecuménicamente, motivadas por el deseo de involucrarse comunitariamente y servir a partir de su experiencia de fe.

Durante un tiempo participó de una iniciativa de emprendimiento alrededor del reciclaje, luego comenzó a trabajar en el área de mantenimiento de un colegio creado por antiguos líderes cristianos. A la par, los días sábados, se desempeñaba como educador en un proceso de alfabetización en beneficio de población adulta del sector.

Gracias a una beca pudo estudiar sicología. Terminó materias de pregrado en 2005 y entre 2006 y 2007 se entregó a adelantar un proyecto de investigación en un campo que le era conocido: el impacto del desarraigo en la estructura familiar debido al fenómeno del desplazamiento. En 2007 la Escuela Sicoanalítica de Colombia le permitió participar en procesos de acompañamiento a víctimas del conflicto armado. De la mano de la institución conoció Antioquia, a su gente y el impacto causado por la guerra. Todo ello lo interpeló, ampliando su visión política, sicológica y social. También llevó a que fortaleciera su experiencia de fe.

Lucha y resistencia

A Arturo el inconformismo inicial se le convirtió en una motivación importante para buscar crecer como persona. En 2009 se instaló en la ciudad ecuatoriana de Ibarra junto Juan. Ambos se inspiraron en la espiritualidad de Carlos de Foucauld para implementar un modelo de Iglesia encarnada en las Lomas de Asaya. El método era el mismo: compartir la vida de la gente en un lugar estigmatizado por cuenta de la delincuencia común y el consumo; acompañar; proponer espacios de concientización; reflexionar la situación socio-política desde la fe y motivar procesos organizativos.

Como fruto del esfuerzo se constituyó una comunidad eclesial de base. Sin embargo, falta mucho para que desde el ámbito eclesial esta clase de acciones sean valoradas ampliamente. Incluso, hay mucho por hacer para que la propia sicología abandone el consultorio como su principal lugar de referencia y se sitúe en la calle, más cerca de la gente y de sus procesos de vida. Es la opinión de Arturo.

Hace algún tiempo Juan decidió volver a Colombia. Arturo optó por permanecer en Ecuador en busca del legado de monseñor Leonidas Proaño (1910-1988), uno de los más importantes defensores de derechos humanos que ha tenido Ecuador. De la mano de la Fundación Pueblo Indio, fundada por el antiguo obispo de Riobamba, Arturo continúa su viaje utópico. La vida se le asemeja a una hoja en blanco donde todo está por ser escrito.

Texto y foto: MIGUEL ESTUPIÑÁN

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