¿Puede el arte mentir?

Le preguntaron a Marcel Marceau qué es lo que nunca pudo expresar como mimo. “La mentira –contestó el más grande en su arte–, porque para mentir sólo se necesita la palabra. Y estoy agradecido de que así sea”.

Ralph Waldo Emerson, ensayista norteamericano que vivió un siglo antes que Marceau, le respondió sin proponérselo desde esa distancia trastocada: “Emplea el lenguaje que quieras, nunca podrás expresar sino lo que eres”.

Ambos dicen la verdad, pero Emerson vio más alto que el actor mudo. Marceau discriminó entre dos clases de lenguaje, el del cuerpo y el hablado o escrito. Fue lo que fue, y entregó el poderío de su ser en cada salto, rictus, contorsión. Todo él, sentido y expresión. Un artista líquido, puro.

Oteó lo que sucede más allá del cuerpo, cuando las palabras componen imaginación sobre el mundo. Y vio allí la posibilidad de la mentira. Erró al atribuir a este lenguaje, el de la palabra, la irrupción en la mentira.

En este punto brilla la intervención de Emerson: el problema no estriba en el tipo de lenguaje, sino en la densidad humana de quien usa cualquier lenguaje para expresarse. Incluso el lenguaje del cuerpo y de la máscara blanca pintada, como puede pasar con otros mimos que no son Marceau.

De modo que no es la palabra la culpable de la mentira. Es el intento vano de mostrar lo que no se es. Vano, pues la expresión no logra disfrazar una personalidad. El arte no miente, cuando es reverberación de una interioridad cultivada.

Arturo Guerrero

Compartir