Editorial

Una verdad sobre la verdad

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El Papa dice verdades obvias que, sin embargo, suenan a nuevas porque se guardaban debajo de las almohadas. La recogieron los periodistas que lo acompañaron en un reciente viaje y le oyeron decir: “la verdad no debe esconderse”. Se refería al escándalo reciente de otros sacerdotes pederastas. Si alguien creyó que con el tema ponía en aprietos a Francisco, debió reconocer su equivocación porque, por el contrario, le ofreció al Papa la oportunidad de referirse directamente al caso que ya estaba entre los temas prioritarios de su agenda.

Antes –y fue la situación que él y Benedicto XVI encontraron-, por esa latente autorreferencialidad que operaba en los altos niveles jerárquicos, esos casos se manejaban como secretos que, a la larga, se volvían complicidades. Para que no se volvieran argumentos contra la santidad de la Iglesia, escondían al pederasta debajo de las alfombras y, con ello, el escándalo se posponía y agrandaba.

Decir que la Iglesia es santa no descarta que en ella haya hombres pecadores. Su vocación de santidad le crea la obligación de aceptar su condición de pecadora y su lucha de todos los días para avanzar por el camino de la santidad. El Papa lo ha dejado claro: la verdad de los pecados de y en la Iglesia no debe esconderse. Se debe convertir en un reto.