Políticos cristianos

parlamento-europeo(Mariano Delgado– Catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Friburgo) Hubo un tiempo en el que los políticos sabían que algún día deberían dar cuenta ante el supremo creador y juez. Lo expresó magistralmente Calderón de la Barca en su obra El gran teatro del mundo al decir: “¡Vamos a obrar bien, que Dios es Dios!”. Es la voz de la conciencia, que Reinhold Schneider definía como “el ser conscientes de nuestra responsabilidad ante el creador para toda la creación”. En España, los políticos cristianos son más bien versos sueltos. Aunque algunos partidos se declaren “democristianos” o digan orientarse por el “humanismo cristiano” en cuestiones de bioética, aborto, eutanasia o parejas homosexuales, en la política familiar y educativa, del ámbito social, de guerra y paz o del derecho de asilo y migración, no siempre siguen la doctrina social y moral de la Iglesia. Los políticos cristianos están en su derecho al regirse por su conciencia. Pero para saber lo que corresponde al “humanismo cristiano”, deberían tener en cuenta el magisterio de la Iglesia y la teología. Si no, aquél sólo será una coartada para atraer cristianos a un proyecto político que les obliga a tragar sapos y a votar con la nariz tapada.

mariano-delgadoAl contrario que el Islam, el cristianismo no tiene ningún programa político concreto. Se trata más bien de una invitación a ser “perfectos” (Mt 5,48), a practicar ya aquí en la tierra “la justicia nueva” (Mt 5,20) del Reino. Y la política es, como decía Bismarck, el terreno de lo posible, no de lo perfecto. Pero que los límites de lo posible no están marcados por su mera factibilidad o la capacidad maquiavélica de la voluntad de poder, sino por la moral y la conciencia, es lo que debería marcar a los políticos cristianos.

Insistir en el papel del magisterio eclesial y de la teología en la formación de su conciencia, no significa volver a los tiempos del tradicionalismo ultramontano, en que el laico era considerado la mano alargada del clero. En la Constitución pastoral del Concilio, la Iglesia ha reconocido lo que desde el Renacimiento era obvio: “La autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia” (Nr. 36). Y ha dicho también que “la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social” (Nr. 42), sino “de orden religioso”. Pero ha añadido que “de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina”. Sin embargo, sería hoy un anacronismo que obispos y teólogos hicieran suya, así sin más, las palabras del maestro Francisco de Vitoria al inicio de su relectio sobre la “potestad civil” en 1527: “La tarea y el oficio del teólogo son tan extensas, que parece que no hay tema, cuestión ni materia que le sean ajenas”. Estas palabras sonarían hoy a osada pretensión. 

Coraje y coherencia

Ante ciertas leyes, la Iglesia parece esperar de los políticos cristianos que sigan el ejemplo de su patrón, Tomás Moro, y sepan decir claramente “no” cuando no puedan contribuir a una reforma de las mismas que limite su nocividad moral. Quienes actúen así saben que hoy no han de pagarlo con su vida: a lo sumo, con la renuncia al escaño (y a los beneficios subsiguientes), como han hecho algunos pocos en los últimos años. A los políticos cristianos les vendría bien más coraje -¿dónde está esa virtud en la política española? – para decir “no” cuando la dignidad humana es pisoteada o los principios del “humanismo cristiano” son ridiculizados. 

Los políticos cristianos se enfrentan hoy a varias tentaciones. Una, confundir el pluralismo legítimo con indiferentismo o relativismo ético. En los debates de valores, los políticos cristianos tienden a batirse en retirada antes de entrar en liza. Todo por no quedar como iliberal, carca o afín a la Iglesia. Muchos de ellos son tibios y se han especializado en nadar entre dos aguas, servir a dos señores y adormecer sus conciencias. Confunden así  tolerancia con incapacidad para defender con prudencia sus principios y los de sus votantes. Olvidan que las líneas divisorias en política no sólo pasan por la economía, sino también por los valores. 

Los políticos cristianos deben ser “prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10,16). Emmanuel Kant decía que el primer consejo procede de la política (con su posibilismo), mientras que el segundo viene de la moral. El “oráculo manual y arte de prudencia” de Gracián nos muestra que se pueden conjugar bien ambos. También hoy, ahora, necesitamos políticos cristianos que lean ese libro.

En el nº 2.660 de Vida Nueva.

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