Son cerca de la una y media de la tarde. La consagración episcopal llega prácticamente a su fin. Toma la palabra el nuevo obispo de Huesca y Jaca. “No estoy preparado para esto ni tengo programa establecido. Y pensaréis: ‘Ni tiene programa ni está preparado… ¡Estamos apañados!’”. Pedro Aguado provoca alguna que otra sonrisa en la nave central y alrededores de la catedral. Continúa: “Me alegro de decirlo públicamente porque así aprenderé con vosotros. Sería un gran error venir con un programa previo alejado de la vida de la comunidad”.
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Así se presentaba el 14 de junio en la catedral oscense el nuevo pastor de la diócesis. Al día siguiente haría lo propio en Jaca. Ante la petición del papa Francisco hace unos tres meses, este bilbaíno de 67 años dejaba aparcada su misión como superior general de la Orden de las Escuelas Pías, después de llevar el timón de una congregación de referencia que cuenta con 1.338 religiosos y 1.045 fraternidades laicales que educan a 127.000 niños y jóvenes en 39 países.
Deja su tarea, pero no su esencia. “Soy escolapio y lo seguiré siendo”, expuso ante su nueva feligresía. No en tono altanero, sino poniendo a su servicio la mochila que porta y las sandalias desgastadas de su fundador en algo más que una declaración de intenciones: “Con san José de Calasanz aprendí a creer en los niños, que son los dueños de las llaves del Reino de Dios. Con él aprendí a creer en los jóvenes, portadores de sueños y convicciones que hay que saber acompañar para que nunca crean que ellos son la medida de sus propios proyectos, sino que hay alguien mayor que no solo les puede inspirar, sino que los puede acompañar. Con él aprendí a creer en los pobres, porque con ellos se identificó Cristo para siempre. Con él aprendí a creer en la comunidad, en el seguimiento a Jesús, en la educación, en la diversidad vocacional, en la lucha diaria, para llevar adelante un proyecto de vida y de misión”.
En crecimiento
Aguado desnudaba su ser que le identifica ahora como prelado en una eucaristía presidida por el prefecto emérito del Dicaserio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el cardenal brasileño João Braz de Aviz, y en la que estuvo arropado, entre otros, por el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella. Junto a ellos, una veintena de obispos. Algunos de ellos, compartían con él algo más que un acento: el hecho de ser religiosos.
Y es que, de un tiempo a esta parte, tanto en la Iglesia universal como en la española, se ha acrecentado la presencia de mitras y báculos portados por hombres pertenecientes a diferentes familias carismáticas. Con Francisco como papa y, especialmente con el cardenal Robert Francis Prevost, hoy León XIV, como prefecto del Dicasterio para los Obispos, pareciera haberse esfumado un veto invisible presente en décadas anteriores para reducir a la mínima expresión su presencia en el Episcopado. Incluso, en el cardenalato. Y a la vista está, también en el papado. Hace unos años pocos podían imaginar a un Papa jesuita. Menos aún que, justo después, le sucediera un pontífice agustino.
De Wojtyla a Ratzinger
De los obispos en activo, solo hay un religioso nombrado por Juan Pablo II: el franciscano Jesús Sanz, actual arzobispo de Oviedo. En sus ocho años de pontificado, Benedicto XVI solo escogió como prelado al jesuita Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, y al agustino recoleto Eusebio Hernández Sola, obispo de Tarazona entre 2011 y 2022. Con Francisco se dio un giro a este perfil, con una primera apuesta que buscaba marcar un antes y un después por su carácter simbólico.
En marzo de 2016 se le pidió a Luis Ángel de la Heras, provincial de los claretianos y presidente de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), que asumiera el pastoreo de Mondoñedo-Ferrol y, cuatro años después, tomara las riendas de León. Fue el prólogo de una hornada que se acrecentaría con la elección un mes después del agustino Manuel Herrero, a quien se le confió Palencia y que se jubiló en octubre de 2023.
Fernando Prado, otro claretiano, fue designado obispo de San Sebastián en octubre de 2022. En noviembre de 2023 Francisco puso Pamplona y Tudela en manos del hoy arzobispo mercedario Florencio Roselló. A José Rodríguez Carballo, que ya había sido consagrado en 2013 tras ser nombrado secretario general del departamento vaticano para la Vida Consagrada, lo destinó en junio de 2024 a Mérida-Badajoz como arzobispo.
Los fichajes más recientes han sido el cisterciense Octavi Vilà, que en febrero de 2024 paso de ser abad del emblemático monasterio de Poblet a obispo de Girona y el dominico Xabier Gómez, al que situó en octubre del año pasado al frente de Sant Felíu de Llogregat. Así, de los 79 obispos españoles en activo, nueve son religiosos, lo que supone algo más del 11% total, el mayor porcentaje de la historia de la Conferencia Episcopal Española.
Herrero y Hernández Sola son hoy los dos eméritos religiosos del Episcopado español. Este último quiso respaldar a Aguado en su entrada en Huesca. Para él, un prelado que lleva el sello de una congregación “puede aportar mucho a una diócesis y al episcopado porque un carisma es un don del Espíritu, por lo tanto, un don del Espíritu en favor de la Iglesia”. “No se entiende la Vida Consagrada fuera de ámbito del servicio a la Iglesia”, aclara, a la par que echa mano de Teresa de Jesús: “¡Qué sería del mundo si no fuese por los religiosos!”.
“Siempre lo imagino como un arco iris donde la Vida Consagrada aporta sus tonos específicos, una aportación grande al servicio de toda la Iglesia, especialmente entre los últimos”. “Allí donde a lo mejor el clero diocesano no puede llegar, la Vida Consagrada se hace presente”, apostilla. Sobre este crecimiento episcopal, está convencido de que “España se verá enriquecida como fermento que puede alentar e ilusionar, dar esperanza a esta Iglesia que peregrina en nuestro país, especialmente por lo que la Vida Consagrada tiene enraizada la sinodalidad desde la vida comunitaria, desde un auténtico caminar juntos en unidad y diversidad”.