Francisco Javier Acero Pérez no es alguien ajeno a los pasillos de un hospital, pero tampoco a los platós de televisión o al patio de un colegio. Este agustino recoleto vallisoletano, además de contar con estudios de teología y piscología, tiene unas cuantas horas a sus espaldas como capellán de la salud, profesor, pastoralista juvenil… Además, es un referente en la lucha antiabusos.
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Después de ser provincial en México y Costa Rica, Francisco se fijó en él para nombrarle obispo auxiliar de la Arquidiócesis primada de México. En estos días ha pasado por Madrid para apadrinar la exposición Tan lejos, tan cerca sobre la Virgen de Guadalupe que acoge el Museo del Prado. “La historia de América Latina es una historia de encuentros, pero el ‘encontronazo’ es la Virgen de Guadalupe, que nos lleva a Dios”, plantea Acero Pérez, que va más allá: “El acontecimiento guadalupano es para el mundo, no solo para una región”.
PREGUNTA.- ¿Qué pinta un vallisoletano de pro pastoreando parte de una Archidiócesis tan compleja como México?
RESPUESTA.- La nacionalidad no es tan determinante. Es el Pueblo de Dios el que te va haciendo, te va modelando. Lo vivo con mucha paz, aprendiendo del Pueblo de Dios que camina en México. Con ellos ha sido toda mi labor pastoral en estos 26 años: 23 de religioso y sacerdote, junto a otros casi tres de obispo. Nunca me he sentido extranjero en México. Al contrario, me han hecho sentir hermano, amigo y, a la vez, compañero de camino.
P.- Francisco parece que multiplicó la entrega de mitras entre religiosos. ¿Qué aportan los consagrados al episcopado?
R.- Los carismas lo son para toda la Iglesia. Por un lado, aportamos la vida en común, que se traduce en sinodalidad, en trabajar todos juntos. Cada uno, desde nuestro carisma, también reflejamos esa disponibilidad para estar donde se nos llame y para que esas tareas que se nos piden no sean permanentes. Ese servicio desinteresado y la temporalidad inserta en el ser de la vida religiosa es un signo que toda la Iglesia debe compartir. Trepar no va con nosotros. No conozco ningún obispo religioso que tenga problema alguno en servir lo mismo en una prelatura que en una diócesis, porque siempre estás disponible para servir donde la Iglesia te necesite y hasta que te necesite.
P.- ¿Imaginó alguna vez ser obispo cuando entró en el seminario?
R.- ¡Para nada! Y soy de esa última generación que pudo entrar como seminarista a los 12 años. Ni siquiera imaginé estar en un hospital o en México. Uno da un paso al frente en la vida religiosa para dejarse llevar por Dios, dejarse sorprender por Él.
Orar y acompañar
P.- ¿Cómo lleva el báculo un agustino recoleto?
R.- Desde la oración y acompañando las situaciones de pobreza y entre los alejados, donde hay una misión ad gentes o ‘familias buscadoras’: los migrantes, las personas alejadas del Evangelio, las víctimas de toda clase de abusos… Ahí está un obispo agustino recoleto. Acompaña a todo el Pueblo de Dios, pero con una atención especial a los que son periferia en la Iglesia en salida. A la vez, estamos llamados a crear estructuras de equipos sinodales.
Un obispo agustino recoleto no decide solo, siempre tiene que escuchar, como decía el papa Francisco, con un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo de Dios. En situaciones a veces difíciles, como acompañando por ejemplo a las familias con personas que se han suicidado o lo han intentado, es el encuentro con Jesús el que da sentido a todo al empezar tu jornada con el sagrario y acabarla en el sagrario agotado. Por eso vale la vida cada día.
P.- ¿No echa de menos la vida comunitaria?
R.- ¡Por supuesto! Al nombrarte obispo, te arrancan de tu vida comunitaria y te llevan a otro sitio. Pero ahí Dios siempre ha estado conmigo, no puedo decir que me he sentido solo, porque ha salido al encuentro con comunidades que me acompañan.