Editorial

Para todos, obispo

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A lo largo de su pontificado, Francisco buscó aterrizar el perfil de pastores “con olor a oveja” con una paulatina renovación del episcopado universal. A medida que avanzaba el tiempo, este empeño se ha traducido en una presencia más significativa de sacerdotes pertenecientes a órdenes y congregaciones que han sido llamados a portar mitra y báculo, una tendencia que en el caso español se ha acentuado desde que fue nombrado Robert Prevost, hoy León XIV, como prefecto del Dicasterio para los Obispos.



Nada hacía presagiar hace unas décadas este vuelco. Ni el hecho de que, en dos cónclaves consecutivos, el Colegio Cardenalicio eligiera como sucesores de Pedro a dos religiosos. Asimismo, costaba imaginar que un pontífice crearía hasta diez purpurados de España vinculados a la vida consagrada y que más de un 10% de los prelados en activo de nuestro país sean religiosos.

Fue en mayo de 1978, cuando Pablo VI dio vía libre a la publicación –de la mano del entonces prefecto del ramo, el beato Eduardo Pironio– de un vademécum todavía vigente para ahondar en las mutuas relaciones entre religiosos y obispos. En estas cinco décadas, se han producido no pocos altibajos, en algunos casos propiciados desde Roma, que han generado suspicacias hacia los religiosos por aterrizar el Concilio Vaticano II desde la profecía inspirada por el Espíritu, generándose fricciones y aislamiento. Afortunadamente, esa etapa parece haber quedado atrás y hoy se reconoce en las consagradas y los consagrados esa capacidad de renovar desde una sana tradición frente a la tentación de tradicionalismos aparentemente novedosos pero con formas caducas.

El nuevo Papa León XIV

El nuevo Papa León XIV

Por ello, el creciente nombramiento de obispos con acento religioso se presenta como una oportunidad para que no haya vuelta atrás en una apuesta por la comunión en la diversidad, desde esa concepción poliédrica y sinodal donde confluyen relaciones multidireccionales, más aún en un tiempo que requiere respuestas que respiren la frescura reformadora inherente al Evangelio.

Enriquecer la Iglesia

En esta puesta a punto, los pastores que han vivido y bebido su vocación desde un determinado carisma están llamados especialmente a enriquecer esta Iglesia plural desde el don vivo y regalado a toda la humanidad a través de sus fundadores, aportando además la idiosincrasia de la fraternidad propia de sus comunidades, la impronta del servicio con la vista puesta en los últimos y en la frontera, el desapego al carrerismo que nace de la temporalidad de sus tareas y, sobre todo, de un ADN en el que se fusionan oración y acción. Un ser y hacer que los lleva a gastarse y desgastarse para ser con todos, cristiano, para todos, obispo.

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