En 1968, monseñor Émile Guerry exclamaba: “¡El obispo, ese desconocido en la Iglesia!”. Llamó mucho la atención esta expresión.
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Han pasado casi sesenta años y, para muchos cristianos hoy, el obispo sigue siendo aún un “desconocido”. O, lo que es peor, se tiene de él una imagen distorsionada.
Como si la doctrina del Concilio no hubiera calado; como si el lúcido magisterio de los papas Pablo VI y Juan Pablo II no hubiera destacado su puesto y misión en la Iglesia; como si no hubiera existido un Sínodo sobre “el obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo” y no se hubiera publicado el ‘Directorio para el ministerio pastoral de los obispos’, cuyo subtítulo es ‘Apostolorum successores’.
Eso, sin contar con las aportaciones del magisterio de los papas Benedicto XVI y Francisco.
Reflexión teológica sobre su identidad y misión
La reflexión teológica, desde el Concilio a esta parte, ha sido fecunda por parte de grandes teólogos como De Lubac, Congar, Dupuy, Lyonet, Colson, Grelot, Lecuyer, Rahner, Philips, Hamer, González de Cardedal, Semeraro, E. Bueno, R. Blázquez y no pocos autores, teólogos más cercanos, que se han ocupado de la identidad y misión del obispo en el Pueblo de Dios.
El ‘Documento final’ del Sínodo de la Sinodalidad dedica tres párrafos (nn. 69-71) a la identidad y misión del obispo en la Iglesia sinodal. (…)
Las orientaciones del Concilio y, sobre todo, de los sínodos sobre los laicos (1987), los sacerdotes (1990), la vida consagrada (1994) y los obispos (2001) estuvieron vertebradas desde la Iglesia Misterio, comunión y misión. Por otro lado, el ‘Directorio de los Obispos’ (2004) considera al obispo como quien se halla inmerso y es: testigo del misterio, agente de comunión y servidor en la misión.
Rasgos del obispo sinodal
A continuación, subrayo estos rasgos del obispo en la Iglesia sinodal:
1. Su talante evangélico y evangelizador, inspirado en la Palabra de Dios, que proclama con audacia y la celebra como anuncio del Reino que llega en Cristo Jesús, muerto y resucitado.
2. Su mirada contemplativa sobre la realidad y con actitud compasiva, como el Buen Pastor. Imita a Jesús, heraldo de la Buena Noticia del Padre, quien, “al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36).
3. Su actitud orante y maestro de oración. De intensa vida teologal. Profundamente eucarístico y mariano. Así se convierte en luz del misterio de Cristo, pastor y obispo de las almas (cf. 1 Pe 2, 25).
4. Su condición de padre, hermano y amigo. Con todos sus encomendados, pero de forma especial con sus colaboradores presbíteros, consagrados y laicos.
5. Pobre, sencillo, amigo de los pobres. Escucha el grito de los pobres y se hace voz de los que no tienen voz.
6. Ministro de la comunión con todos (con Dios, con el Papa, los otros obispos, los presbíteros, los consagrados y los laicos) y en todos los ámbitos y niveles (Iglesia universal e Iglesia particular, y con los distintos estamentos de la cultura y de la sociedad). (Cf. UR, 15).
7. Servidor a quien la caridad pastoral le apremia. Y, por eso, acoge, escucha, dialoga, comparte, delega, orienta e impulsa. Por su condición de pastor, abre camino hacia fuentes tranquilas (Sal 22).
8. Caminando junto a quienes buscan el Reino de Dios y su justicia; haciendo propias las causas de los inmigrantes, marginados y excluidos. Nada de lo que sucede en su Iglesia particular ni en el mundo le es ajeno, ni se queda indiferente ante los clamores de las multitudes empobrecidas.
9. Esperanzado y esperanzador. El ministerio del obispo es pleno servicio para el renacimiento a una esperanza viva (cf 1 Pe 1, 3). El Espíritu Santo le dilata la mirada y el corazón para acoger al mundo amado por Dios y hacerle profeta de la esperanza, al estilo de Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35).
Puestos los ojos en Cristo, ha de salir al encuentro de los alejados y de los indiferentes, ha de buscar lo que se encuentra perdido y reunir lo que está disperso, ha de perdonar a los pecadores y curar a los enfermos, y ha de solidarizarse con los que sufren cualquier tipo de exclusión.
La mayor riqueza del pobre es la confianza que tiene en que Dios le ama. Es tarea del pastor cultivar en ellos la seguridad en la promesa de Jesús: “Todo lo que pidan en mi nombre Él se lo concederá” (Jn 14, 13).
10. Verdadero misionero, lleno de iniciativa y creatividad para ir más allá en el anuncio del Evangelio y con capacidad para afrontar situaciones límite de enfermedad, persecución y martirio.
Consideración final
Una última consideración para invitar a pensar. El último Sínodo aconseja que haya mayor participación en la elección de obispos y que estos sean grandes conocedores de la realidad en la que van a ejercer su ministerio. Pero ni en el Concilio, ni en los sínodos, se indica si la procedencia del obispo ha de ser de una diócesis o de otra, ni si tiene que ser sacerdote secular o religioso.
La historia no ha hecho hincapié en la procedencia de la modalidad del sacerdote que es nombrado obispo. Lo que sí pone de relieve es que el bienestar de la Iglesia diocesana o nacional depende de la calidad de los obispos que las pastorean.