Prácticamente, se cuentan con los dedos de una mano. Son una minoría abrumadora en los tribunales eclesiásticos españoles; máxime si alguien se asoma al mundo civil, donde las magistradas ya representan el 57,2% de la carrera judicial. Sin embargo, su mera presencia supone un salto histórico, teniendo en cuenta que hasta prácticamente antes de ayer ser juez era terreno vedado en la Iglesia. Con el Día Internacional de la Mujer (este 8 de marzo) como telón de fondo, ‘Vida Nueva’ se adentra en el ser y hacer de unas profesionales de la judicatura que están abriendo un camino a todas luces irreversible.



“Dentro de mi condición de laica, vivo mi dimensión de canonista como algo muy vocacional”, comparte Carmen Peña, catedrática de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia Comillas y presidente de la Asociación Española de Canonistas. Acaba de ser nombrada estos días por el cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, juez diocesano ‘ad casum’, que, como ella misma relata, le lleva a “intervenir y juzgar aquellas causas que el vicario judicial me encomiende, bien dando el voto para su resolución, bien como ponente, redactando la sentencia definitiva”.

Aunque pudiera resultar exagerado defender que lleva la jurisprudencia eclesiástica en los genes, ella misma comparte que “descubrí en casa la belleza del Derecho Canónico y el servicio que prestan los tribunales eclesiásticos y los abogados canónicos a las personas separadas o divorciadas”. “Mi madre, Concha García Prous, era profesora de esta disciplina y abogada en ejercicio en causas matrimoniales”, aprecia como punto de partida.

Compaginó los estudios universitarios de Derecho y de Teología y, posteriormente, cursó la Licenciatura en Derecho Canónico mientras ejercía como abogada. En 1996, el hoy cardenal arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, quiso que se convirtiera en la primera mujer designada como defensora del Vínculo y promotor de Justicia del Tribunal Metropolitano de Madrid, pues siempre habían sido sacerdotes los que habían ejercido esta responsabilidad. “Afortunadamente, en poco tiempo fueron normalizándose los nombramientos de mujeres (y de varones laicos) para este cargo, equivalente al ministerio fiscal en el ámbito estatal”, aclara.

Procesos de nulidad

En esta travesía eclesial, recalca que la reforma de los procesos de nulidad que Francisco suscribió hace justo una década a través de los ‘motu proprios’ Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesus, en el primero de estos documentos se recoge que ya no es preceptivo el permiso previo de la Conferencia Episcopal, pudiendo el obispo diocesano nombrar a hasta dos laicos (varones o mujeres) en un tribunal colegiado de tres jueces.

Peña aprecia que “se trata de una importante aportación del Papa a la mejora de los procesos de nulidad y también al principio de igualdad de los fieles, como hará posteriormente ‘Praedicate Evangelium’ al regular la Curia romana en clave sinodal, destacando la corresponsabilidad de todos los fieles, también los laicos, en virtud de su bautismo, en la vida y misión de la Iglesia”. Por ello, se muestra convencida de que, “en general, la participación de los laicos, varones y mujeres, en responsabilidades, cargos u oficios eclesiales ayudará a avanzar, como quiere el Papa, hacia una Iglesia ‘estructuralmente sinodal’ y a evitar la tentación del clericalismo”.

Una vocación

Otro testimonio es el de María Álvarez de las Asturias, que no considera que esté rompiendo un techo de cristal. Pero lo cierto es que, al igual que Carmen Peña, está feminizando algo más que el rostro de los tribunales eclesiásticos. Fue en diciembre de 2023 cuando la nombró el cardenal madrileño, José Cobo, como juez instructor, y apenas un mes después tomo posesión de un cargo que implica recabar las pruebas de los procesos; es decir, tomar declaración a las partes y a los testigos.

“Cuando estudié Derecho, me atrajo el Derecho de Familia, pero no me veía en los juzgados llevando causas de separación y divorcio porque me parecía muy duro”, admite esta letrada. Fueron las clases de Derecho Matrimonial Canónico en la Universidad Pontificia Comillas, impartidas por el sacerdote jesuita José María Díaz Moreno y por Cristina Guzmán, las que despertaron en ella un runrún: “Me gustó, no solo por el contenido jurídico, sino porque me redescubrieron la perspectiva sacramental del matrimonio”.

Casualmente, se topó con la posibilidad de estudiar la licenciatura de Derecho Canónico, y se lanzó: “Ahí encontré mi vocación. Me generaba mucha satisfacción aprender sobre el matrimonio, la doctrina y el magisterio de la Iglesia, porque coincidió, además, que me acababa de casar”. Eso sí, admite que “de ningún modo entonces pensaba en una carrera eclesiástica”. “Sí tenía en mente aplicar los conocimientos que estaba adquiriendo en las causas de nulidad que llevaba como abogada. No había más margen porque, en aquel momento, no había jueces laicos en los tribunales españoles y ni siquiera sabía que ya se había nombrado a una mujer, Carmen Peña, como defensora del Vínculo”, recuerda.

Álvarez de las Asturias descarta que su nombramiento haya sido “por cuota” femenina: “He recibido este nombramiento con mucho agradecimiento por la confianza del arzobispo de Madrid y del vicario judicial, Francisco Mora, que han apostado por mí desde mi capacitación profesional”.

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