Tribuna

Sin mujeres con autoridad, no se implementa el Sínodo

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La II sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en torno al tema Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, concluyó el pasado mes de octubre, pero el proceso sinodal continúa con la implementación de las orientaciones que ofrece el ‘Documento Final’.



Esto comporta dos cosas. Por una parte, que aquellos que han asumido en las Iglesias locales el proceso sinodal tienen el desafío de implementar las propuestas. Por otra, que el resto del Pueblo de Dios está llamado a acoger esta conversión pastoral, asumiéndola de manera creativa y convocando a otros a sumarse. Esto implica cambios, tanto personales como comunitarios. Se dice fácil y rápido aquello que en la práctica resulta complejo y lento.

Un rostro que nos duele

Entre las víctimas del mundo, se encuentran muchas mujeres. Los participantes de la II Asamblea Eclesial así lo reconocieron y pidieron perdón por ello. También por aquellas situaciones en las que los cristianos estamos involucrados, dentro y fuera de la Iglesia (cf. ‘Documento Final’, n. 6). Esta realidad se manifiesta de manera diversa a lo largo del mundo. Pero tiene un rostro que nos duele particularmente en los feminicidios, en la feminización de la pobreza, y en las víctimas de la trata y de abusos de cualquier tipo.

También hay una inequidad que atraviesa los vínculos cotidianos y la cultura, ya que se constata que las mujeres acceden menos a cargos de dirección en las organizaciones, aun cuando tengan formación y aptitudes similares a los varones; y si lo hacen, su retribución económica es menor. También en la Iglesia las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno, en detrimento del servicio a la misión común (cf. ‘Documento Final’, n. 60). ¿Por qué ocurre eso?

Cabeza Mujer

Hace poco más de tres décadas que se ha comenzado a estudiar esta situación y los estudios coinciden en identificar un conjunto de barreras invisibles, códigos organizacionales no escritos, basados en prejuicios culturales no superados que funcionan como un techo invisible, que se ha denominado techo de cristal. La sororidad entre las mujeres favorece un proceso de superación de estos límites ocultos. También la discriminación positiva que asumen las instituciones, esto es, promover a mujeres en puestos de dirección, para lo que se requiere la solidaridad de algunos varones.

Romper el techo de cristal en la Iglesia

El ‘Documento Final’ reconoce la contribución de las mujeres a la investigación teológica y que algunas ejercen funciones de autoridad y son líderes en sus comunidades; otras tienen puestos de responsabilidad en instituciones eclesiales, en la Curia diocesana o romana (cf. n. 60). Sin embargo, el nombramiento de la Hna. Simona Brambilla como prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, o el de Sor Raffaella Petrini, F.S.E., como presidenta de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y presidenta de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, son noticias que no pasaron desapercibidas entre los creyentes y para la sociedad en su conjunto, ya que comportan cierta novedad simbólica.

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