José Vicente Nácher: “Llevo en el corazón vivir al estilo Laudato si’”

Arzobispo electo de Tegucigalpa (Honduras)

Sociólogo y teólogo de 59 años, el misionero paúl valenciano José Vicente Nácher lleva más de dos décadas en Honduras, a donde llegó como párroco de San Vicente de Paúl en San Pedro Sula, continuó como párroco de San José en Puerto Lempira y vicario episcopal de La Mosquitia. Hasta el 26 de enero era, además, el superior de su congregación en Honduras. Ese día Francisco le nombraba sucesor del cardenal salesiano Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga al frente de la Arquidiócesis de Tegucigalpa. Además, el Papa daba vía libre a la creación de la Provincia Eclesiástica de San Pedro Sula, sustituyendo al claretiano español Ángel Garachana por el franciscano irlandés Michael Lenihan.



PREGUNTA.- Cuando desembarcó en el año 2000, intuyo que no buscaba hacerse con una mitra…

RESPUESTA.- Efectivamente, y tal vez esa sea la clave para entender lo que ha pasado. Al final, el que está en medio de todo esto es el que menos sabe lo que está pasando. Un día te llama el nuncio para decirte que tiene que hablar contigo, se desencadena todo y descubres que es el final de un largo proceso y el principio de otro. Más allá de esto, lo interpreto desde la idea de que el Señor tiene designios más grandes que los nuestros. Soy consciente de mis limitaciones, soy un simple misionero vicentino que llegué aquí para quedarme, después de varias experiencias más cortas.

Amo de corazón a Honduras y a los hondureños con su realidad y sus circunstancias. No sé si tengo otras cualidades, pero el Señor sí me regaló la cualidad de amar y querer sinceramente. Es lo que he hecho hasta ahora y lo que voy a hacer desde este momento. No valen más planes que este, y que pasa por seguir la voluntad de Dios y escuchar al pueblo, y juntos discernir para configurar las etapas pastorales que vengan por delante. Mi preocupación es la misma de cualquier obispo que aterriza en una diócesis: acompañar a los sacerdotes y, con ellos, a todo el pueblo fiel.

P.- Basta con echar un vistazo a la realidad de Honduras para caer en la tentación de agobiarse por tantas urgencias…

R.- Ciertamente son muchas, y eso implica ser realistas para poder acompañar de verdad, tanto en la ilusión como en el sufrimiento. Pensar que la Iglesia o que uno mismo puede tener soluciones guardadas en la manga resulta atrevido. Y aunque tengas propuestas personales, no puedes llegar como si fueran las únicas y las válidas. Como Iglesia, nos tenemos que situar en medio de la sociedad con humildad. En Honduras, los católicos ya solo alcanzan al 30% de la población, aunque como institución siga gozando de un gran prestigio por ser la más extendida y consolidada en toda la región centroamericana.

Un clero nativo

P.- ¿Qué sería de Honduras sin la Iglesia católica?

R.- La historia del país ha ido unida a la Iglesia, desde aquellos primeros misioneros en los tiempos de la independencia, pasando por un período reciente de un clero extranjero que está dando el relevo a un clero nativo. Hoy, más de la mitad de los sacerdotes son hondureños, lo que supone una buena noticia, pero la pastoral vocacional continúa siendo un reto.

P.- El 6 de diciembre se decretó el estado de excepción –que la presidenta Xiomara Castro prorrogaría– para combatir la alta criminalidad. ¿Cómo salir del pozo de la violencia?

R.- Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a vivir en un estado de excepción como fórmula para intentar mantener el orden público. Es uno de los grandes déficits y uno de los grandes factores –no el único– por el que la migración exterior continúa siendo tan alta, además de una de las causas que llevan a la gente sencilla a vivir en una incertidumbre permanente. A nivel pastoral, evidentemente nos influye.

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