Así fue el cónclave que eligió a Benedicto XVI: otro destape de su secretario

Ya empieza la cuenta atrás para que las memorias del secretario personal del fallecido Benedicto XVI, Georg Gänswein, lleguen a las librerías italianas. Con el título ‘Nada más que la verdad’ (ediciones Piemme), en el capítulo tercero, titulado “la caída del hacha” cuenta lo relacionado con la sucesión de Juan Pablo II por Benedicto XVI. La enfermedad de Juan Pablo II dio cierto protagonismo al cardenal Ratzinger como decano del Colegio Cardenalicio ya desde 2005 como presidir el funeral de Luigi Giussani en Milán –ante otros cardenales que querían llevarle la delantera–. Para el secretario fue como “si hubiera sido el inicio de una campaña electoral con vistas al próximo Cónclave, Ratzinger demostró que quería llevarla a cabo ‘a la inversa’, para convencer a los posibles partidarios de que le apartaran, en lugar de apoyarle”. A esto seguiría el Via Crucis al que no acudiría Juan Pablo II donde el entonces cardenal escribió aquello de “Cuánta inmundicia hay en la Iglesia, y precisamente incluso entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían pertenecerle por completo!”. Aunque, precisa el secretario “siempre se había mostrado muy poco entusiasta ante la perspectiva de un Cónclave”.



¿Un cónclave sin intrigas?

Tras la muerte de Juan Pablo II, Ratzinger convocó a los cardenales y preparó el funeral del Papa polaco. Destaca el libro que en la predicación de Rainero Cantalamessa a los cardenales se abordan cuestiones sobre el futuro de la Iglesia empleando palabras de Ratzinger ya publicadas hasta ese momento. Ya en el cónclave, comenta el secretario que “no pensábamos que su nombre se mantuviera durante mucho tiempo a medida que avanzaban las votaciones, debido a la hostilidad que imaginábamos por parte de quienes nunca habían apreciado su coherencia de pensamiento y la firmeza de sus opiniones teológicas”. Tampoco le tenían por alguien que orientara el voto de los demás y había hablado de su jubilación a sus colaboradores. Tettamanzi, Arinze, Maradiaga, Sodano… salían entonces en la prensa italiana como favoritos; mientras él “no se reunía en privado con los cardenales hermanos ni participaba en momentos de convivencia y consulta”. 

El propio Georg Gänswein participó en el cónclave como asistente del cardenal decano, pero el ruido que había en el comedor le impedía oír las conversaciones de las mesas de los cardenales en Santa Marta. Para el secretario, fue clave la homilía de Ratzinger en la misa ‘pro eligendo Romano Pontifice’ previa al cónclave por “la firmeza de las convicciones expresadas y la enérgica reiteración de sus propios caballos de batalla”. El secretario relata también que el frío en la capilla Sixtina le obligó a ponerse un jersey negro bajo la sotana que luego quedó inmortalizado en todas las fotos de su primer saludo papal desde el balcón de San Pedro. “Como en un flash, en ese momento me vino a la mente la imagen del jersey negro que Ratzinger había llevado bajo la sotana. Inmediatamente me puse en contacto con monseñor Francesco Camaldo, que era el decano de ceremonias y también su colaborador, y le dije: ‘Si Ratzinger es el nuevo Papa, por favor, asegúrate de que el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias le haga quitarse el jersey o, al menos, se meta los puños’. Me aseguró que lo haría, pero desgraciadamente, en la excitación de los momentos siguientes, se olvidó”, se justifica el arzobispo alemán.

El mejor candidato

Su primer saludo sería: “Santo Padre, todo lo mejor para su elección como sucesor de Pedro. Te ofrezco toda mi disponibilidad. Puedes contar conmigo en la vida y en la muerte”. No fue un discurso especialmente elaborado, pero comprendió mi emoción y se limitó a decir: ‘Gracias, gracias’”. Ya en el coche tras el saludo, cuenta, “Benedicto XVI siguió las instrucciones de sentarse en el lado derecho del asiento trasero, luego me buscó y me hizo señas para que me uniera a él en el otro lado”. En el inicio del pontificado pronunció su famosa petición: “Rezad por mí, para que no huya, por miedo, ante los lobos”. El secretario asegura que “en ese momento no se refirió a temores concretos sobre el futuro de su pontificado, ni a cuestiones difíciles de las que obviamente era consciente, como los abusos sexuales de clérigos o las dificultades de las finanzas vaticanas”. 

Gänswein recoge también una reflexión sobre la llamada “cuádruple legitimidad” del nuevo Papa, “el prestigio intelectual del gran teólogo; la legitimidad institucional del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Decano del Sacro Colegio; la legitimidad romana como miembro de la Curia durante tantos años; y la legitimidad wojtyliana del hombre de confianza de Juan Pablo II”; a la que añade “la legitimidad espiritual de un sacerdote con una profunda vida interior (es contemplativo) y, al mismo tiempo, con un vivo espíritu apostólico, que, como Juan Pablo II, está siempre dispuesto a llevar la doctrina y el amor de Cristo a todos los areópagos del mundo”. También se insinúa en el libro que Ratzinger votó al cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia entonces.

Ante las insinuaciones de la prensa del momento, el secretario fija los apoyos a Ratzinger entre cardenales como Alfonso López Trujillo, Jorge Medina Estévez, Julián Herranz y Antonio María Rouco Varela, Joachim Meisner, Christoph Schönborn, Francis Arinze o Ivan Dias. Además apunta a otros purpurados que hicieron no se sabe si campaña o de “albóndiga envenenada”. Por ello apunta algunos libros interesados sobre este cónclave como fueron el de Matthew Fox, Marco Politi y Olivier Le Gendre a quienes, según la versión del autor les puede su ideología por encima de los hechos. Algo que, añade, criticaría el propio Francisco en su biografía ‘Tiempo de misericordia’  de Austen Ivereigh.

La familia pontificia

En el capitulo cuarto se cuenta la llegada a los apartamento papales, entonces reconvertidos prácticamente en una clínica para atener en sus últimos años al Papa polaco. Decidieron que era necesaria un reparación integral y mientras Benedicto ocupó durante 10 días la habitación 201 de Santa Marta, en la que vive ahora el papa Francisco. Luego, ya con las Memores –Carmela Galiandro había atendido un breve tiempo a Ratzinger y de ahí surgiría posteriormente la petición a Julián Carrón de este servicio– se trasladaría al apartamento, en el que nunca se utilizó la bañera de hidromasaje de Pablo VI. Allí contaba también con tres ayudantes de cámara como Paolo Gabriele que sería condenado por el Vatileaks; así como un ama de llaves de carácter fuerte que no duró mucho. También relata los celos que tuvo que sufrir Gänswein de Josef Clemens, “quien habría deseado vivamente volver a ser nombrado por Benedicto como secretario particular”.

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