Al rescate de las vocaciones de Suazilandia, Lesoto…

En más de tres décadas, la fundación CARF ha becado a casi 40.000 sacerdotes y consagrados de las periferias

Suazilandia y Lesoto existen. Los cristianos de estos dos minúsculos países africanos también. Es una de las razones de ser de CARF, Centro Académico Romano Fundación, que nació de la mano del ya beato Álvaro del Portillo en 1989 para respaldar la formación de sacerdotes, seminaristas y religiosos cuya vocación nace en las periferias del mundo de hoy.



Para el director de CARF, Luis Alberto Rosales, “cuando ves en vivo y en directo a los jóvenes formándose, constatas que el proyecto tiene nombres y apellidos y que las becas no son de cartón piedra”. Así lo constató en su primera escapada a Roma tras asumir los mandos de la entidad, cuando escuchaba las vivencias cotidianas de los futuros presbíteros: “Vamos por la calle y nadie nos mata”, “comemos varias veces al día”, “hay agua caliente y fría a cualquier hora”…

Estos mínimos aquí, que son máximos de allá, son los que facilita desde hace más de tres décadas esta fundación, que ha ayudado a casi 40.000 alumnos de 131 países para que cursen sus estudios en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, y en las Facultades de Estudios Eclesiásticos de la Universidad de Navarra, en Pamplona. Entre los estudiantes ya hay 122 que han sido ordenados obispos y dos creados cardenales.

Aunque los benefactores de CARF son fieles vía cuotas periódicas, donativos puntuales y legados testamentarios, como a cualquier otra plataforma del Tercer Sector le preocupan las renovaciones de final de año, máxime con la cuesta arriba inflacionista actual: “Tal y como está el patio, nuestro reto es mantenernos en el respaldo que damos y redoblar esa confianza de los donantes. No hay que olvidar que cada vez que ingresa un estudiante en un seminario, hay que sostenerle como mínimo durante cuatro años. No le puedes decir a un joven de Madagascar que se vuelva al curso siguiente a su país porque ya no tienes fondos”, expone sobre la responsabilidad que asume este proyecto vinculado al Opus Dei, que destinó 5,3 millones de euros a ayudas directas e indirectas en 2021, de las que se han beneficiado 1.600 alumnos. De ellos, tan solo un 15% pertenecen a la Obra. “El presupuesto se hace en un minuto, pero la recaudación no”, reflexiona el hombre que lleva el timón de una iniciativa que no entiende de fronteras, contando con becados ucranianos, rusos, nicaragüenses…

Diversos perfiles

¿El desafío ante un perfil tan variado de estudiantes? “Ofrecer una formación de primer nivel”. “Con billete de vuelta”, aclara, en tanto que CARF no busca ser una agencia de cazatalentos eclesial para el mundo desarrollado, sino una lanzadera que apuesta por el liderazgo nativo. “En diez años que llevo al frente, no se ha quedado nadie. Están enamorados de su vocación y tienen la ilusión por volver a servir con todo lo que han aprendido. Los obispos y las congregaciones saben que no pierden a su gente más valiosa, sino que se apuesta e invierte en ellos”, desarrolla Rosales. “A menudo decimos de carrerilla que África nos va a evangelizar, pero poco podrán hacer si los seminarios ni tienen las necesidades mínimas cubiertas, ni tan siquiera libros”, reivindica Rosales.

También apuestan por las mujeres: “Cuando era impensable que pisaran una universidad pontificia, san Josemaría apostó firmemente y nosotros seguimos en esa misma línea. Recuerdo a una monja de Benín que terminó el doctorado en Roma y me compartía que soñaba con conocer la capital de su país, Porto Novo, pero nunca imaginó que llegaría a Europa”. Hoy, “esta religiosa tiene más responsabilidad en el continente que la mayoría de los obispos africanos”.

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