Los tapices clonados que Rafael envidiaría

Tapices Rafael Palacio Real

Concha Herrero Carretero, comisaria de Rafael en Palacio. Tapices para Felipe II, no se anda con rodeos acerca de los nueve tapices de Rafael Sanzio que expone el Palacio Real: “Felipe II mandó traer estos paños cuando aún era príncipe, durante un viaje a los Países Bajos. Fueron tejidos por Jan Van Tieghem y Franz Gheteels en Bruselas, y constituyen la edición de mayor calidad y mejor conservada, por encima, incluso, de la original vaticana”.



La copia de Felipe II, elaborada con los propios cartones de Rafael, fue tejida en seda y lana, sin oro ni plata, a diferencia de la edición príncipe que encargó el papa León X para la Capilla Sixtina. “Ha evitado la oxidación y conservado mejor el color”, explica Herrero.

Su extraordinaria calidad –con matices que superan a la pintura– es, sin duda, el gran atractivo de la exposición con la que Patrimonio Nacional conmemora el 500º aniversario de la muerte de Rafael. Y permite admirar no solo la maestría del genio de Urbino, sino también cómo el ciclo de tapices sobre los Hechos de los Apóstoles concebido por Rafael, y tejidos en el taller de Pieter van Aelst en Flandes, “obtuvieron tal éxito que las monarquías de toda Europa rivalizaron por conseguir nuevas reediciones”, dice la comisaria.

La Monarquía española presumió –como ahora Patrimonio Nacional– de que sus tapices superaban el original, un encargo de León X a Rafael en 1515 para cubrir el perímetro inferior de la Capilla con los ciclos de san Pedro y san Pablo durante las ceremonias más solemnes. Hasta 1521, no lucieron juntos los diez paños en la magna capilla de los palacios pontificios. Rafael, fallecido el día de su cumpleaños –el 6 de abril– de 1520, solo llegó a ver expuestos siete. Tampoco sobrevivió para ver cómo se convirtieron en símbolo de poder.

Rivalidad monárquica

“El ciclo sixtino generó una ola de seducción e interés sin parangón en la historia del arte –asegura Herrero–. Las monarquías de toda Europa rivalizaron por conseguir nuevas reediciones, conscientes del prestigio que otorgaba su posesión. Tristemente, algunas de esas réplicas se han perdido: la de Francisco I de Francia, durante la Revolución Francesa, y la de Enrique VIII, en los últimos bombardeos de la II Guerra Mundial”. Solo se conserva otra copia íntegra en la basílica palatina de Mantua, de inferior calidad.

El pulso no solo fue entre monarquías, también entre los propios reyes. Felipe III quiso tener su propia réplica, también basada en los cartones originales de Rafael. Pero ‘El Piadoso’ no consiguió que su reedición tuviera el esplendor de la que su padre había adquirido en la lonja de los tapiceros de Amberes entre 1549 y 1555, más de medio siglo antes.

La edición de Felipe II –que es la que ahora se expone íntegra por primera vez– llegó a España en 1560 y se depositó en el Alcázar de Madrid. En 1734, se salvó del incendio que acabó con el palacio gracias a que habían sido trasladados al Palacio del Buen Retiro.

Reciente restauración

“Su excelente estado de conservación se explica por la concurrencia de varios factores. Unos derivan de su fabricación en Bruselas, como el uso de fibras resistentes, el empleo de tintes naturales de buena calidad y la renuncia a incorporar hilos metálicos, lo que ha evitado su oxidación y corrosión. Pero tampoco se pueden pasar por alto las medidas de conservación adoptadas por el Oficio de la Real Tapicería, encomendadas a partir de 1720 a la Real Fábrica de Tapices”, explica Herrero Carretero. Aquí, precisamente, se restauraron los paños hace cinco años.

Desde su origen, la secuencia tiene solo nueve tapices, uno menos que el original vaticano: el décimo se descartó de las reediciones por su menor tamaño. Cuatro representan el denominado capítulo petrino, y los cinco restantes dan forma al paulino. “El programa iconográfico subrayaba la legitimidad del papa como sucesor de san Pedro y la misión de la Iglesia de predicar la palabra de Cristo”, expone la comisaria. Rafael culminaba así las intervenciones de Perugino, Ghirlandaio, Botticelli o Miguel Ángel, su gran rival, en la Capilla Sixtina, aunque en 1521, cuando se colocaron por primera vez los diez tapices, todavía este no había pintado el Juicio Final.

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