Cardenal Zenari: “Lamentablemente, la esperanza está muriendo en Siria”

El nuncio apostólico en Siria, cardenal Mario Zenari fotografía de archivo

En Siria se está trabajando en una nueva Constitución que, según muchos, podría aumentar la confianza entre las partes, pero casi todas las noches los misiles siguen hiriendo el cielo y las bombas desgarran la tierra reducida a un “montón de escombros”, como reitera el cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Damasco. El cardenal, que guarda en su mirada rostros e imágenes de “una larga serie de atrocidades”, no pierde la esperanza y ni el valor del testimonio, como demuestra en esta entrevista realizada por Vatican News, el portal de noticias del Vaticano.



PREGUNTA.- ¿Qué significa hablar de esperanza en una tierra como Siria?

RESPUESTA.- Lo que, lamentablemente, está muriendo en Siria, en el corazón de diferentes personas, es la esperanza: muchas personas, después de 10 años de guerra, que ya no ven la recuperación económica, la reconstrucción, están perdiendo la esperanza, y esto duele mucho: perder la esperanza es realmente perder algo fundamental y esencial para la vida. Así que debemos tratar de restaurar la confianza, para devolver la esperanza a esta pobre gente.

P.- ¿Qué debería hacerse a nivel internacional?

P.- Es necesario que Siria empiece de nuevo, y para lograr eso mediante la reconstrucción y la recuperación económica se habla de varios miles de millones de dólares. Y los que pueden ofrecer esta ayuda están poniendo condiciones: también quieren ver una cierta dirección para las reformas, para las reformas democráticas, y esto todavía no es evidente. Asimismo, debo mencionar la incansable labor del enviado especial de las Naciones Unidas, Geir Pedersen, que está tratando por todos los medios de reanudar el diálogo; pero, lamentablemente, todavía estamos muy lejos de ver una reanudación del diálogo, una reanudación de la reconstrucción de Siria y una recuperación económica.

P.- ¿Son suficientes las donaciones que están llegando?

P.- Agradezco sinceramente a todas las personas que nos ayudan, que también ayudan a los proyectos humanitarios, los proyectos realizados por las Iglesias. Pero la magnitud de la necesidad es tan grande y grave que lamentablemente esta ayuda nuestra es comparable a un grifo de agua, cuando se necesitarían canales, grandes canales que traigan agua porque la destrucción es enorme y la recuperación y reconstrucción son enormes; y aquí se necesita la comunidad internacional que ofrezca estos “canales”. También es necesario reconocer la labor de muchas ONG, además de las Iglesias, y también de las Naciones Unidas, que deben mantener a unos 11 millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria. En toda esta ayuda siempre veo al buen samaritano tratando de ayudar.

La guerra ha llevado a la destrucción de cerca de la mitad de los hospitales, y es algo muy serio, ahora que el Covid se presenta, tener estas instalaciones de salud devastadas. La guerra ha provocado la destrucción de uno de cada tres escuelas y cerca de dos millones y medio de niños en edad escolar no tienen dónde estudiar. Fábricas, barrios destruidos por la guerra… Y no me canso de señalar esto a los estados que pueden y deben ayudar. También debo mencionar las sanciones internacionales impuestas a Siria: tienen efectos bastante negativos…

P.- En este contexto, la Iglesia está en primera línea en la ayuda a los pobres, en la construcción de hospitales, en el intento de proporcionar alimentos sin que haya ninguna distinción de religión u origen…

P.- Esta es la tarea de la Iglesia: ahora todas las Iglesias –católicas y ortodoxas– están comprometidas al máximo desde el punto de vista humanitario para aliviar estos sufrimientos, estas necesidades de la gente. Como Iglesia, como Santa Sede, no tenemos intereses militares, no tenemos intereses económicos, no tenemos estrategias geopolíticas: nosotros –la Iglesia, la Santa Sede, el Papa– estamos del lado del pueblo, del pueblo que sufre.

Queremos ser la voz de los que no tienen voz. Una de las muchas iniciativas es también la de los “hospitales abiertos”: tres hospitales católicos presentes en Siria desde hace unos 120 años, una iniciativa abierta a los enfermos pobres. Aquí no miramos el nombre y el apellido. Y por lo que nos consta, va muy bien: a través de esta iniciativa de los hospitales abiertos intentamos curar los cuerpos pero también reparar el tejido social, porque son iniciativas abiertas también a los miembros de otras religiones. Y los musulmanes, que son la mayoría, tal vez han tenido un niño o un miembro de la familia atendido por nuestros hospitales católicos, son los más agradecidos y así se fortalecen las relaciones entre cristianos y musulmanes. Así que cosechamos dos frutos: el cuidado de los cuerpos y la mejora de las relaciones sociales. Este es nuestro objetivo.

P.- ¿Cómo y cuánta influencia tiene la diplomacia del Vaticano en este difícil proceso?

P.- Tenemos nuestro propio camino, no pertenecemos a ningún grupo. Incluso cuando vengo aquí a Roma, cuando me encuentro con el Santo Padre, cuando me encuentro con los superiores, tratamos de elaborar estrategias que están simplemente del lado de la gente.

P.- ¿Qué es lo que más duele?

P.- Es difícil narrar esta profunda experiencia humana y espiritual. Me impresionó mucho, por ejemplo, el sufrimiento de los niños y las mujeres: son las primeras víctimas de esta guerra, los niños y las mujeres. Hace aproximadamente un mes, las Naciones Unidas también alzaron su voz sobre lo que ocurrió en un campamento de refugiados donde unos 8-10 niños fallecieron, una vez más, de desnutrición, deshidratación y otras enfermedades… El invierno pasado vimos morir a varios en la huida del noroeste de Siria hacia el norte: niños que murieron de frío en los brazos de sus padres, niños que murieron de desnutrición. Duele el corazón ver el sufrimiento de tantos niños y tantas mujeres, muchas de las cuales son viudas y a veces tienen que ocuparse de una familia numerosa, ocho, diez hijos… En realidad, es un sufrimiento que se siente muy fuertemente…

P.- ¿Qué le dijo el Papa?

P.- Esta vez me impresionó. Mientras yo hablaba de esta situación, tomó un papel y comenzó a escribir notas para tenerlas aún más presentes y para mantener estos programas humanitarios en marcha. Llevaré de vuelta la solidaridad del Papa Francisco, la solidaridad de la Iglesia, la solidaridad de muchos cristianos para tratar de reavivar esta esperanza que, por desgracia, está muriendo en Siria. Por esta razón, debemos tratar de encender, al final del túnel, alguna pequeña esperanza: al menos la solidaridad, para decir ” no están solos”, “tratamos de ayudarlos” también con ayuda material, y tratar de hacer brillar un poco de luz al final del túnel…

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