Ángela Bipendu, la monja médico que rescata a los migrantes del Mediterráneo

Ángela Bipendu religiosa

Su experiencia con los inmigrantes nace de la exhortación que hizo el Papa Francisco a salir del propio contexto para ir a prestar ayuda donde hay más necesidad. Escuchándolo, pensó “yo soy médico, podría ayudar a estas personas que huyen de las guerras, buscando la paz, porque solo donde hay paz puede haber también justicia”. Angela Bipendu, de 46 años, congoleña, desde hace quince vive en Italia. Hizo sus votos con las discípulas del Redentor y ha pasado los últimos tres años precisamente junto a aquellos que llama “últimos entre los últimos”: refugiados, demandantes de asilo, migrantes.

“La tierra es de todos. Delante de Dios no hay refugiados”, dice, “todos somos sus hijos”. “El primer refugiado fue, precisamente, Jesús de Nazaret, que se vio obligado a huir a Egipto con su familia”, añade. Su tono de voz es una puerta abierta. Ese de quien tiene un oído acostumbrado a la escucha y a practicar la acogida sin formalismos ni ceremonias, anclándola en lo esencial: la naturaleza común de seres humanos que viven en el mismo mundo.

“En 2016, salí de Agrigento y fui a Lampedusa sin saber qué me esperaba”, relata. Tenía miedo del mar, no sabía nadar, pero dijo “Señor, aquí estoy”. “Me venía a la mente el profeta Jeremías cuando recibió la llamada de Dios. El Señor insistía en enviarlo y él decía todavía era pequeño, que no sabía hablar no sé hablar. Lo mismo pensé yo, aunque también sentía una fuerza que me empujaba a hacer este paso, sentía una valentía extraordinaria, como si me dijeran “eres tú quien debe ir”, explica Bipendu.

La realidad “dramática” de la migración

Este impulso la llevó a dejar su comunidad y a embarcarse en el Mediterráneo. “He hecho del mar mi segunda casa. Con los equipos sanitarios del Cuerpo italiano de socorro de la Orden de Malta, en las naves de la Guardia costera italiana, he descubierto la dramática realidad de estas personas”, dice.

Son muchas historias, pero la religiosa recuerda una en particular: “Llegamos a mar abierto para socorrer un bote dañado. Era una mujer, madre de dos niñas de 5 y 3 años. Había visto morir a sus hijas y las enterró con sus propias manos en una playa de Libia donde esperaban la partida. Nos contó que habían muerto por el frío”. “No lo olvidaré nunca”, añade, “la mujer había pasado muchas pruebas, después de ocho horas de travesía, y era inconsolable. Me preguntaba: ¿qué puedo decir? Cualquier cosa me parecía inoportuno. Entonces estuve cerca de ella, la acaricié, hice de todo para protegerla y consolarla”.

Esa mujer, como otras, y como muchos hombres, había dejado África para huir de asesinatos, violencia, abusos. “Es fácil decir ayudémosles desde casa pero, ¿hemos visto una movilización de masas o un compromiso concreto por parte de un país occidental para decir “ya basta”? Nunca. La verdadera justicia es actuar, con hechos concretos”, reclama Bipendu.

La acción para Angela es complementar a la oración. “Lo primero”, subraya, “es tener un corazón materno, actuar con ternura y comprensión. Las mujeres somos madres también sin una maternidad física. Y el corazón que Dios nos ha dado es un corazón materno. La Iglesia no debe cansarse nunca de predicar el Evangelio a través de nuestro testimonio. Debe animar a quien elige dejar las comunidades para evangelizar en medio de la gente. Si yo tengo el don que Dios me ha dado gratuitamente para curar a las personas ¿por qué no lo debo compartir del mismo modo gratuitamente con quien lo necesita? No siempre es fácil comprender por qué una monja se embarca, algunos piensan que no es oportuno. Acepto esta idea, pero yo siento que debo hacer algo más, porque mi vida de religiosa no es mía sin o de los otros”.

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