Al encuentro para el servicio

A pesar de la sociedad cada vez más individualista y egocéntrica, siguen floreciendo propuestas de solidaridad para con los otros, con hombres y mujeres que quieren donar su tiempo como voluntarios. Aquí presentamos a Manos Abiertas, una organización cristiana para servir, promover y dignificar a quienes más lo necesitan.

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NICOLÁS MIRABET

Hay muchas definiciones para explicar qué es el voluntariado. Sin embargo, es posible acordar que el voluntariado “es esencialmente un camino compartido con otros, de una manera organizada, en servicio a los más frágiles, que nace de la compasión solidaria”. Al menos así lo expresa María Cristina Martínez, asesora del Consejo Asesor Nacional de Manos Abiertas Argentina.
Pero si hay algo que no puede faltar para que exista el voluntario es una persona que se comprometa por iniciativa propia y de manera desinteresada, y una acción solidaria al servicio de la comunidad. Así lo entiende Bolunta, la agencia española para el voluntariado y la participación social.
“El voluntariado esencialmente ‘sirve’”, dice claramente Martínez. Y completa su afirmación: “Es encuentro, es puente, entre dos grandes necesidades: la necesidad de dar, de darse ante el dolor, la injusticia; y la necesidad de ser ayudado, de ser ‘reconocido’, existencialmente hablando. Y hablamos de ‘encuentro’ porque sino, solo el sentimiento compasivo sería puramente autista. Cuando falla el reconocimiento en el indigente o en el excluido solo se percibe la indigencia y la exclusión, pero no al hombre y a la mujer que hay detrás”.

“El hombre es un hermano para el hombre y sólo encuentra su verdadera plenitud como hombre en la salida de sí mismo al encuentro del otro”.

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En otras palabras, el voluntariado sirve “para hacer posible la vivencia de la propia responsabilidad social”, la idea del “soy con otros”, aquello de “hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad”, según esta mujer que lleva su pasión por el compromiso social en las venas. Asimismo, explica que el voluntariado “abre el camino al reconocimiento de uno mismo: los propios dones, talentos, capacidades, límites, fragilidades. El encuentro con el que sufre vuelve a plantar en tu propio interior las preguntas existenciales más hondas pero no ya desde una angustiosa no respuesta sino desde un horizonte de sentido nuevo”. Y para sellar esta concepción, parafrasea a Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.


El hombre hermano del hombre

Frente a las necesidades y problemas que existen en el mundo de hoy, es imperante construir una nueva sociedad. Y para eso se requieren mayores acciones solidarias que no excluyan a nadie. Y en esto, el voluntariado “es un modo de vivir la solidaridad que anuncia y denuncia con indignación ética”, dice Martínez. Y completa su apreciación: “Anuncia lo más profundamente humano: el hombre no es un lobo para el hombre. No. El hombre es un hermano para el hombre y sólo encuentra su verdadera plenitud como hombre, como mujer en la salida de sí mismo al encuentro del otro. Y al mismo tiempo es una indignación ética: denuncia no solo con palabras sino con gestos de inclusión, de respeto, de valoración de la diversidad, de cuidado de la vida humana, toda injusticia, violación de derechos, no reconocimiento de la dignidad de cada hombre, de cada mujer”.

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Es indudable que estamos ante una nueva geografía de la pobreza a nivel mundial. Según Forbes y Credit Suisse Group, las 85 personas más ricas del planeta poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Para la asesora del Consejo Asesor Nacional de Manos Abiertas Argentina, el dato de esta estadística “es fruto de la injusticia, de la indiferencia, de la avaricia a costa de la vida de otros”. Pero no todo está perdido: “el voluntariado es una realidad mundial; es un signo de la globalización de la solidaridad”.

La era de las selfies
Desde hace unos años se visibiliza en distintos proyectos sociales la participación de los jóvenes. Para Martínez, “el voluntariado es signo de esperanza, y a los jóvenes los seduce la esperanza”. Y opina: “El inconformismo le es natural al joven, lo desinstala, lo cuestiona. Pero esta alarma es necesario hacerla sonar con más frecuencia, porque también es innegable el signo de esta generación: las selfies, que revelan la autoreferencialidad, la necesidad de mirarse a sí mismo más allá de la geografía, del paisaje o de los otros”.

“El encuentro con el que sufre vuelve a plantar en tu propio interior las preguntas existenciales más hondas desde un horizonte de sentido nuevo”.

A pesar de esta realidad juvenil, muchos jóvenes tienen otras motivaciones, entre ellas la de ser voluntario. Por ejemplo, “los que se acercan a Manos Abiertas tienen una gran predilección al trabajo voluntario con los niños. Esto va revelando la necesidad de cuidar con ternura, de mirar al futuro, de atender al que ya desde el comienzo de su historia de vida está traspasado por el abandono, el abuso, la carencia de afecto básico para la supervivencia”, sostiene.
Como todo voluntario, la necesidad de los voluntarios de Manos Abiertas es “ser acompañados y formados en su tarea y misión, en un itinerario formativo formal e informal. Insistimos mucho en el tema de ‘cuidar al que cuida’. Debemos amar lo que hacemos, de lo contario, estaremos fatigando nuestro corazón”, describe con ternura Martínez.

 


manos-abiertas-logoIDENTIDAD: Para armar y servir
Manos Abiertas es una organización internacional de inspiración cristiana, abierta a todo hombre y a toda mujer de buena voluntad. A través del trabajo voluntario tenemos como misión servir, promover y dignificar a quienes más lo necesitan.
Motivados por los ejemplos contemporáneos de caridad de san Alberto Hurtado y de la futura santa Teresa de Calcuta, y nutridos en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, quien propone manifestar el amor “más con gestos que con palabras”, los voluntarios de esta organización intentan suavizar las situaciones de pobreza, dolor y carencias. Lo hacen mediante la creación de obras y el sostenimiento de otras ya creadas, que ayuden a dignificar a las personas y darles lo que en justicia necesitan y merecen en el ámbito de salud, alimentación, educación, vivienda u otro tipo de necesidades.
La opción de Manos Abiertas es por el voluntariado, ofreciendo la posibilidad de ayudar a quienes desean compartir ideas, recursos, tiempo para el servicio, manos para brindar y sonrisas para alegrar, creando espacios de confianza, alegría y esperanza.
Es enorme el abanico de realidades que abordan. Desde acompañar a personas en el tramo final de su vida a través de hospices, hasta escuelas, centros de apoyo escolar, hospederías para hombres y mujeres en situación de calle, hogares de niños y de ancianos. También acompañan a personas privadas de la libertad, a personas solas, a mamás con HIV, a niños hospitalizados. Y poseen centros de atención psicológica para familias vulnerables y equipos de acompañamiento de Ejercicios Espirituales.


TESTIMONIO
ALEJANDRO. Hospedado en la Hospedería San José de Jujuy (Argentina)

La casa del afecto
Entre un espejo de cielo y rocío, se me juntó la noche y la mañana, se me arrimó un pensamiento de amigos de esos que sobran cuando todo sobra y de esos que faltan cuando se ha perdido todo. Con la mirada fija en la nada, viendo pasar las horas y los días sin más razón para existir, sin metas ni objetivos ni esperanza, entregado a la muerte y escapando de la realidad con el alcohol y la droga. Mientras los efectos duraban, la realidad pasaba.
Sobre un cartón, debajo de un alero. Siempre aparecía algún compañero para hacer un cierto dúo y compartir desgracias, soledad, frustración, pérdida total de autoestima, considerarme un gusano y, siempre con un autoflajelo, odiándome a mí mismo.

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Supe hacer de un banco de plaza mi mejor departamento, con el sufrimiento de esos amaneceres al aire libre en donde la escarcha quemaba y hasta el de más coraje temblaba. Y así los días pasaban.
Lo peor era sufrir el desprecio y ya mi vida era una prisión: sin rejas ni guardias, prisionero del infierno, pero la muerte esperada no llegaba. El afecto no existía, denigrado hasta lo último y tocando el fondo más profundo cara a cara con la muerte.
Algo sobrenatural sucedió en mi vida, un poder superior. En mi actuó Dios. En un túnel de tinieblas se encendió una luz y apareció una esperanza guiada por Él. Conocí esta casa donde estoy ahora y ya no me escapo de mi mismo. Este es un sitio de caridad donde encontré la vida. En este lugar existe gente con alma, afecto y sobre todo ese calor de madre que es la perfecta compañía. Me acercaron fuerzas, dignidad y esperanza, así el túnel tenebroso que antes mencioné se llenó de luz. Ya no tengo que escaparme de mis ojos, ni de los otros porque ya no estoy solo.
Aquí puedo manifestarme a mí mismo como el gigante de mis sueños y no como el enano de mis miedos. Ahora soy un hombre con una razón por existir para mí y para los demás.
Ya no soy temeroso de ser visto o reconocido porque ahora le importo a alguien y sólo con esto recupero mis fuerzas, mis valores, la honestidad, la responsabilidad y la autoestima.
Me quiero y quiero a los demás porque aquí sobra afecto y amor. Sé que mi vida es fugaz, pero lo que acá se hace es eterno.

 


OPINIÓN: LUIS ARANGUREN GONZALO. Gerente editorial global de PPC

Jóvenes envueltos por la buena noticia de Dios

Antes que una tarea, el voluntariado emerge como la puesta en práctica de un estilo de vida solidario. A él acceden no pocos jóvenes guiados inicialmente por motivaciones plurales, donde componentes religiosos, humanos, psicológicos y ambientales se dan la mano en una suerte de arco iris motivacional. Pero es la acción la que pule y da forma al compromiso inicial. Una acción que necesita ser reflexionada, pensada y rezada a la luz del Evangelio y en el marco de una acción organizada.

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De esta forma, el voluntariado no es un apéndice marginal para unos cuantos idealistas. Antes bien, es una forma adecuada de encauzar el compromiso entre los pobres, que es un elemento nuclear de la fe cristiana. El voluntariado, entonces, se convierte en una escuela de vida y de iniciación cristiana, que se debe complementar con otros elementos de la fe, sin duda.
Los jóvenes encontrarán en el voluntariado a los pobres con nombre y apellido, que son el rostro de Dios y, por eso mismo, se convierten no solo en destinatarios de la acción sino que son los auténticos patroncitos, como se denominan en Manos Abiertas; el cable a tierra que concreta amores, miedos, dudas y desafíos.
El voluntariado se domicilia en el terreno de los aprendizajes, más que en el saber de los expertos. Solo cabe acudir a él desde una actitud de autenticidad, de ser tal cual uno es, con sus fortalezas y con sus limitaciones. No es lugar de demostraciones de lo buenos que somos sino de mostrarnos, exponernos y dejarnos envolver por lo mucho que uno recibe por parte de aquellos enfermos, de los sin hogar, de los niños sin familia, de los que viven solos. No se trata de hacer cosas para ellos sino de convivir con ellos. Y escuchar y abrazar. Sin olvidarnos de transformar, con tanta otra gente de buena voluntad, la realidad injusta y el sufrimiento evitable.
Poco a poco, el voluntariado se convierte en una experiencia de las pequeñas cosas y la constatación de que no todo sale como lo proyectamos, y que el tiempo del compromiso no se adecúa con las prisas iniciales. Entonces, uno comprende que acompañar la vulnerabilidad solo se puede hacer desde la experiencia de ser vulnerado. Esa herida abierta que somos los seres humanos también se cicatriza dando vida a la vida, hasta el final.
El Evangelio vivido nos acerca a las periferias para acampar en ellas y habitarlas en profundidad. El voluntariado representa para los jóvenes una forma privilegiada de dejarse envolver por la buena noticia de Dios en un mundo que sufre día a día tan malas noticias. Y la acción voluntaria se convierte entonces en signo de paz, justicia y amor entre los pobres, por siempre nuestros patroncitos.

 

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