La Santa Sede reclama una autoridad mundial para reformar el sistema financiero

La española Madre Bonifacia es canonizada en Roma junto a otros dos fundadores

Reciente protesta en Berlín contra las actuales prácticas de los mercados y los bancos

ANTONIO PELAYO. ROMA | Todos los que vivimos el 23 de octubre en Roma la canonización de Bonifacia Rodríguez de Castro recordaremos la espléndida mañana que nos regaló la ottobrata romana, el entusiasmo de las Siervas de San José, con el largo millar de personas que las acompañaban en la fiesta de su fundadora, y la serena alegría de Benedicto XVI al elevar a los altares a la religiosa salmantina, junto a monseñor Guido Maria Conforti, fundador de los Misioneros Javerianos, y a Luigi Guanella, el sacerdote lombardo fundador de los Siervos de la Caridad y de las Hijas de Santa María de la Providencia. Tres figuras que representan una de las imágenes más positivas de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX por su atención a los más pobres y su acción misionera.

De las 599 religiosas que hoy forman la familia de las Siervas de San José y que trabajan en doce países del mundo, habían venido a Roma casi dos centenares, acompañadas por alumnos y alumnas de sus colegios, inquilinos de sus casas-taller u hospitales y fieles de sus misiones en países tan lejanos como Papúa-Nueva Guinea, Vietnam, Filipinas, Perú, Brasil o el Congo, de donde proviene Kasongo Bavon, el comerciante de 33 años protagonista del milagro que ha abierto el camino para la canonización de Madre Bonifacia. Había, naturalmente, muchos españoles, entre ellos, varias decenas de parientes de la nueva santa y fieles de las diócesis de Zamora y Salamanca con sus respectivos obispos a la cabeza, Gregorio Martínez Sacristán y Carlos López Hernández.

Los españoles se hicieron sentir durante la canonización de Madre Bonifacia

Con el Pontífice, concelebró la Eucaristía el cardenal Antonio Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, y, además de los ya citados, los prelados de Tuy-Vigo, Luis Quinteiro Fiuza, y de Palencia, Esteban Escudero Torres. El Gobierno, por su parte, envió una delegación oficial presidida por el secretario de Estado de Justicia, Juan Carlos Campo Moreno, e integrada por María Aurora Mejía, directora general de Relaciones con las Confesiones del Ministerio de Justicia; Carlos García de Andoin, director adjunto del Gabinete del Ministro de la Presidencia; y, naturalmente, la embajadora de España ante la Santa Sede, María Jesús Figa López-Palop.

Correspondía al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presentar al Santo Padre la petición de que incorporara al “catálogo de los santos” a los tres beatos, cuyas efigies ya pendían de los balcones centrales de la Basílica de San Pedro. Le flanqueaban los tres postuladores; especialmente emocionada, Victoria López Luaces, sobre la que ha recaído el peso de llevar adelante la causa. Las reliquias de la nueva santa fueron llevadas hasta el altar por la actual coordinadora general de la congregación, la filipina Lillia Ocenar Olavere, acompañada por dos Siervas de San José provenientes del continente africano.

En su homilía, Benedicto XVI recordó que, al escribir su Carta a los Tesalonicenses –proclamada durante la Liturgia de la Palabra–, san Pablo trabajaba para ganarse el pan, y “parece evidente por el tono y los ejemplos empleados –asegura el Pontífice– que es en el taller donde él predica y encuentra sus primeros discípulos. Esta misma intuición movió a santa Bonifacia, que desde el inicio supo aunar su seguimiento de Jesucristo con el esmerado trabajo cotidiano. Faenar, como había hecho desde pequeña, no era solo un modo para no ser gravosa a nadie, sino que suponía también tener la libertad para realizar su propia vocación y le daba, al mismo tiempo, la posibilidad de atraer y formar a otras mujeres que en el obrador pueden encontrar a Dios y escuchar su llamada amorosa, discerniendo su propio proyecto de vida y capacitándose para llevarlo a cabo”.

Oración por los trabajadores

Más adelante, el Papa añadió esta valoración de la nueva santa: “Madre Bonifacia, que se consagra con ilusión al apostolado y comienza a obtener los primeros frutos de sus afanes, vive también esta experiencia de abandono, de rechazo precisamente de sus discípulas, y en ello aprende una nueva dimensión del seguimiento de Cristo: la Cruz. Ella la asume con el aguante que da la esperanza, ofreciendo su vida por la unidad de la obra nacida de sus manos”.

Antes de concluir su homilía, el Papa aún quiso pedir oraciones “por todos los trabajadores, sobre todo por los que desempeñan los oficios más modestos y en ocasiones no suficientemente valorados”.

Miles de personas coparon la Plaza de San Pedro para las tres canonizaciones

Mientras el Papa pronunciaba estas palabras, el rumano Iulian Jugarean, que había logrado subirse a la balaustrada del colomnato de Bernini, quemó una Biblia, pidiendo hablar con el Papa. La gendarmería vaticana logró apaciguarle y que renunciase a su proyecto de lanzarse al vacío, evitando el consiguiente revuelo que tal hecho habría provocado.

En la cena que se celebró en la Embajada de España ante la Santa Sede el sábado de vísperas, el cardenal Rouco Varela recordó sus vínculos personales con la congregación de las Siervas de Jesús a lo largo de su vida y resaltó el testimonio de entrega a los sectores más pobres de la sociedad de Madre Bonifacia y de otros santos y santas españolas de esa misma época, así como también en nuestros días, con la acción de Caritas y de otras instituciones asistenciales de la Iglesia española que atienden a las muchas personas y familias sacudidas por la crisis económica.

Al servicio del bien común

De esa crisis y, más en general, de la Reforma del sistema financiero y monetario internacional con la perspectiva puesta en una Autoridad pública dotada de competencia universal trata el documento que el Pontificio Consejo Justicia y Paz hizo público el lunes 24 de octubre. Fue presentado a los informadores por el cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, presidente del citado Pontificio Consejo; el secretario del mismo, monseñor Mario Toso; y el profesor de Economía Política en la Universidad de Roma Tor Vergata, Leonardo Becchetti.

Se trata de un breve documento (41 páginas) en el que se tratan las siguientes materias: desarrollo económico y desigualdades; el papel de la técnica y el desafío ético; el gobierno de la globalización; hacia una reforma del sistema financiero y monetario internacional que responda a las exigencias de todos los pueblos. Sus autores presentan este documento como “una contribución a los responsables de la tierra y a todos los hombres de buena voluntad; un gesto de responsabilidad no solo respecto de las generaciones actuales, sino, sobre todo, hacia aquellas futuras, a fin de que no se pierda jamás la esperanza de un futuro mejor y la confianza en la dignidad y en la capacidad de bien de la persona humana”.

“La constitución de una Autoridad pública mundial al servicio del bien común –se lee en el documento– es el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo”. Es una idea ya expuesta en la Caritas in veritate, donde Benedicto XVI afirma que “el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples y planos diversos que colaboren recíprocamente”.

El cardenal Turkson, durante la presentación de la Nota de Justicia y Paz sobre la reforma del sistema financiero

“La constitución de una Autoridad política mundial –añaden ahora los autores del documento– no podrá ser lograda sin una práctica previa del multilateralismo, no solo a nivel diplomático, sino también y principalmente en el ámbito de los programas para el desarrollo sostenible y para la paz. No se puede llegar a un gobierno mundial si no es dando una expresión política a interdependencias y cooperaciones preexistentes”.

En concreto, no se ahorran críticas al Fondo Monetario Internacional, que –se dice– “ha perdido un carácter esencial para la estabilidad de las finanzas mundiales, es decir, el de reglamentar la creación global de moneda y de velar sobre el monto de riesgo del crédito asumido por el sistema. En definitiva, ya no se dispone más de ese ‘bien público universal’ que es la estabilidad del sistema monetario mundial”.

Es este un documento que sigue la estría de otros de Justicia y Paz. “Los peligros de una situación de desarrollo económico basado en términos de liberalismo –dice un párrafo– han sido denunciados lúcida y proféticamente por Pablo VI, a causa de las nefastas consecuencias sobre los equilibrios mundiales y la paz ya en 1967, después del Concilio Vaticano II, con la encíclica Populorum Progressio. El Pontífice indicó, como condiciones imprescindibles para la promoción de un auténtico desarrollo, la defensa de la vida y la promoción del progreso cultural y moral de las personas. Sobre tales fundamentos, Pablo VI afirmaba que el desarrollo plenario y planetario ‘es el nuevo nombre de la paz’”.

Liberalismo económico sin reglas

También se ofrece este análisis sobre las profundas causas de la actual crisis del sistema: “Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideología, de una forma de ‘apriorismo económico’ que pretende tomar de la teoría las leyes del funcionamiento del mercado y de las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos. Una ideología económica que establezca a priori las leyes del funcionamiento del mercado y del desarrollo económico, sin confrontarse con la realidad, corre el peligro de convertirse en un instrumento subordinado a los intereses de los países que ya gozan de hecho de una posición de mayores ventajas económicas y financieras”.

Cuando se trata de definir las reglas de funcionamiento de la deseada Autoridad mundial, se advierte: “Tal Autoridad supranacional debe, en efecto, poseer una impostación realista y ha de ponerse en práctica gradualmente para favorecer también la existencia de sistemas monetarios y financieros eficientes y eficaces, es decir, mercados libres y estables, disciplinados por un marco jurídico adecuado, funcionales en orden al desarrollo sostenible y al progreso social de todos e inspirados por los valores de la caridad y de la verdad. Se trata de una Autoridad con un horizonte planetario que no puede ser impuesta por la fuerza, sino que debería ser la expresión de un acuerdo libre y compartido, más allá de las exigencias permanentes e históricas del bien común mundial, y no fruto de coerciones o de violencias”.

Algunos juzgarán, sin duda, que estamos ante un documento utópico y escasamente realista, a lo cual respondió en la conferencia de prensa el cardenal Turkson con esta afortunada afirmación: “Solo así podrá volver a soplar el viento de la esperanza, el único capaz de alejar el adversario más grande de nuestros tiempo: el miedo al presente y al futuro”.

Trágica lucha en Libia

Los recientes acontecimientos de Libia están en el telón de fondo de la nota que hizo pública la Santa Sede el día 20 tras la muerte del coronel Gadafi, la cual “cierra una demasiado larga y trágica fase de la lucha sangrienta para abatir un régimen duro y opresor”.

“Esta experiencia dramática –se asegura a continuación– obliga una vez más a la reflexión sobre el precio del inmenso sufrimiento humano que acompaña la afirmación y el hundimiento de todo sistema que no esté fundado sobre el respeto y la dignidad de la persona, sino sobre la prevalente afirmación del poder”.

Entrando ya en el meollo diplomático-político de la nueva situación, se afirma: “Es praxis constante de la Santa Sede, a la hora de establecer relaciones diplomáticas, reconocer a los estados y no a los gobiernos. Por lo tanto, la Santa Sede no ha procedido a un reconocimiento formal del Consejo Nacional de Transición (CNT) como Gobierno de Libia. Una vez que el CNT se ha establecido de forma efectiva como Gobierno en Trípoli, la Santa Sede lo considera el legítimo representante del pueblo libio, conforme al derecho internacional”.

  • Opinión: Asís, por Antonio Pelayo

En el nº 2.774 de Vida Nueva.

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