Ideas para la Nueva Evangelización

Ser cristiano, el mejor motivo

 

JOSÉ ANTONIO GALINDO RODRIGO, OAR, profesor de la Facultad de Teología de Valencia | El Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, que se celebrará en Roma el próximo año, está en el origen de estas páginas, un puñado de “ideas” acerca de las verdaderas motivaciones que debería tener muy en cuenta la pastoral de la Iglesia en su encuentro con nuestros contemporáneos, especialmente los jóvenes. Inspirándose en san Agustín, y siguiendo las propuestas de los Lineamenta de dicha asamblea, el autor propone un modelo de transmisión de la fe que, frente a las falsas promesas del mundo, ponga de relieve la alegría y felicidad que proporciona el seguimiento de Jesús.

La reciente creación por Benedicto XVI del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización me ha sugerido algunas reflexiones al respecto. Me anima a ello también lo que se dice en la Introducción de las Orientaciones (Lineamenta) para el próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización: “En un tiempo extenso y también caracterizado por cambios y transformaciones es útil para la Iglesia dedicar momentos y ocasiones de escucha y de confrontación recíproca, para que se mantenga en un nivel alto de calidad el ejercicio del discernimiento exigido por la acción evangelizadora, que, como Iglesia, estamos llamados a vivir” (Lineamenta, nº 4).

Pues bien, en la Edad Media y hasta no hace mucho tiempo, en la vida real del cristiano, había un cierto equilibrio entre el atractivo del goce desordenado de los bienes de este mundo, que llevan al ser humano a engolfarse en ellos apartándose de Dios, y las motivaciones contrarias emanadas de la promesa de la vida eterna y de la amenaza de la condenación también eterna. Había un equilibrio entre estas motivaciones contrapuestas. Esto, entre otras razones, era la causa que impedía el abandono masivo de la religión, y que mantenía a los fieles en la cercanía de la Iglesia.

Recuperar el equilibrio

Pero ahora ese equilibrio está roto: los bienes de este mundo atraen más que nunca porque son más poderosos y abundantes que en cualquier época, y están muy lejos de ser contrarrestados por la fuerza casi nula, vivencialmente hablando, de los premios y amenazas que la fe nos revela para el final de nuestras vidas.

Como se dice en los nombrados Lineamenta: “La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo que no es fácil contrastar” (cap. primero, nº 6). De ahí viene, como causa principal aunque no única, el abandono masivo de la vida y fe cristianas por parte de numerosos bautizados y habitantes de los tradicionalmente pueblos cristianos, europeos y del primer mundo, en los que este desequilibrio adquiere una fuerza casi incontenible.

Es preciso volver a encontrar el equilibrio por medio de nuevas propuestas, aunque sean más humanistas que las de la Edad Media. Pienso que se dan en la doctrina de los Padres de la Iglesia.

Para este trabajito, desde las líneas generales de la Nueva Evangelización propuestas por los Lineamenta, me voy a inspirar en san Agustín, que, en general, considera el seguimiento de Cristo no como una carga pesada, sino como una gozosa libertad de la persona humana frente a la esclavitud del pecado.

En la alegría, en una cierta felicidad, que acompaña al seguimiento de Cristo ya en este mundo, me parece que es oportuno insistir como un medio que puede ayudar a encontrar el equilibrio perdido. “En un escenario de este tipo, la nueva evangelización se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristina, para encontrar de nuevo ‘el amor de antes’ que se ha perdido (Ap 2, 4), para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la Verdad” (Lineamenta, cap. primero, nº 6 ).

Las motivaciones

Las grandes motivaciones universales que impulsan a un ser humano con madurez desarrollada a vivir la vida cristiana son expuestas con acierto en los Lineamenta. En el escenario del mundo actual, “existen temas y sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional; la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta” (cap. primero, nº 6).

No obstante, en las personas con madurez incipiente (los jóvenes), estas grandes motivaciones –es un hecho contrastado– no influyen demasiado. La mayoría de los jóvenes actuales, contrariamente a lo que sucedió en tiempos pasados, suelen estar muy centrados en sus propias vivencias e intereses personales e individuales. Por eso, en la primera etapa de la evangelización de estas personas, hay que poner el acento en motivaciones más próximas y particulares, que afecten inmediatamente a su persona.

Pastoral con los jóvenes

Pues bien, retomando nuestro discurso en este nivel personal e individual, frente al fuerte atractivo de los bienes de este mundo, al cristiano, sobre todo al joven cristiano, se le pueden proponer y se le deben proponer los motivos contrarios que le disuadan del goce de los mismos como ídolos en los que poner su corazón con el simultáneo y consiguiente abandono de Dios.

El más primario y elemental de estos motivos es el del temor a los males que una conducta anticristiana y desordenada pueden acarrearle: “En verdad, muy raras veces, por no decir nunca, sucede que el que se presenta para hacerse cristiano no esté movido por un cierto temor de Dios”.

El temor en alguna forma debe formar parte de los mensajes de la pastoral de la Iglesia. Con más precisión habría que decir que, dicho sea como propuesta general, parte del mensaje de los agentes de la pastoral ha de referirse al mal que razonablemente teme la persona con respecto a sí misma y al bien que también legítimamente la persona desea para sí misma. Esto, por supuesto, no elimina los mensajes dirigidos, en los momentos y modos oportunos, “al amor que corresponde al amor recibido de Dios hasta el punto de no ofenderlo aunque lo pudiera hacer impunemente”.

Pero, en todo caso, proponer la fe y el seguimiento de Cristo sin decir a la vez por qué a nuestro interlocutor le conviene aceptar esa propuesta es desconocer la naturaleza humana. El ser humano muy difícilmente acepta un cambio en la manera de pensar y, sobre todo, una reorientación en su vida si no se le dice con claridad y rotundidad el por qué le convienen una y otra cosa. Estamos en el ámbito de las motivaciones del que nunca conviene salir en una pastoral inteligente.

En los mensajes de la pastoral de tiempos pasados se hablaba mucho del bien de la salvación y del mal de la condenación eternas como motivos para aceptar y practicar la vida cristiana. En nuestros tiempos, las referencias a la salvación y a la condenación son casi nulas. Esto ha provocado que actualmente se proponga el mensaje cristiano con una deficiencia importante; esto es: una fuerte reducción de las motivaciones que podrían mover a los seres humanos a aceptar mentalmente el mensaje cristiano y su puesta en práctica con la vida.

En el nº 2.756 de Vida Nueva (si es usted suscriptor, puede acceder al Pliego íntegro desde aquí).

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir